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Imperio

Intriga. Drama La percepción de la realidad de una actriz (Laura Dern) se va distorsionando cada vez más. Al mismo tiempo descubre que, quizá, se está enamorando de su partenaire (Justin Theroux) en un remake polaco inconcluso y supuestamente maldito. (FILMAFFINITY)
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Críticas 200
Críticas ordenadas por utilidad
5 de febrero de 2009
13 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Inland empire" es el cine como forma de arte, el film concebido como constante interpelación a la sensibilidad y a la inteligencia del espectador. Podríamos alabar la maestría de la técnica de su director en la combinación de imagen y sonido, el excelente uso de la cámara digital, la originalidad de su lenguaje cinematográfico, la hermosa complejidad de su estructura, la magnífica interpretación de Laura Dern y el resto de cualidades que contribuyen a su perfección técnica pero estaríamos muy lejos de señalar su significado para el cine actual. Podríamos reconstruir el argumento, identificar a los personajes, descifrar sus escenas, desgranar lo que su director nos quiere transmitir en unos cuantos párrafos pero anularíamos la experiencia.
Espectador, no hagas caso a sus numerosos detractores, no tengas en cuenta la desorientación y la incomprensión de los críticos y, sobre todo, no dejes que ninguno de sus acérrimos defensores cifre su significado por ti. Abándonate a esta película, sin prejuicios. Todo está ahí, en el juego que las imágenes establecen contigo. Penetra en el imperior interior de esa mujer en problemas.

Estás solo en una habitación frente al televisor. Das al play en el mando a distancia. El título de "Inland empire" surge en el televisor:
Somos una mujer en problemas en una habitación de hotel en Inland empire, cerca de la ciudad de Los Ángeles. Un misterio que no conseguimos descifrar nos tortura, nos martiriza, nos obliga a recorrer incesantemente los pasillos de nuestra mente. (continúa spoiler).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
JLNV
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10 de octubre de 2009
13 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mi primer y fallido visionado de este laberinto filmado, hace cerca de dos años ya, me impidió valorarlo mejor. Y es que me sentí sobrepasada.
Ahora me he atrevido por segunda vez. ¿Cuestión de tozudez? ¿De masoquismo? ¿De pique conmigo misma? ¿De la irresistible atracción que Lynch ha ido ejerciendo, cada vez con mayor magnetismo, sobre mi persona, tras haber disfrutado (tal vez "disfrutar" no sea la palabra, sino empaparse hasta las cejas) de algunas grandes e inextricables obras suyas?
Me he vuelto a acercar a "Inland Empire" con sigilo, despacito, sin prisas, y ya más acostumbrada a navegar por esos mundos lyncheanos distorsionados y oníricos. Conociendo un poco más el personalísimo y apabullante estilo del excéntrico director, sé que voy a mirar a las aguas turbias y removidas de un lago inquieto, en el que sólo se perciben bultos borrosos y mutantes en el fondo, bultos que en algunos levísimos chispazos de lucidez cobran una imagen precisa e instantánea que vuelve a difuminarse y a confundirse con otras. Alrededor de esas figuras que no terminan de definirse o de distinguirse (pero estoy segura de que forman parte de la "realidad" que Lynch disfraza), se arremolina lo que creo que es el elemento más soberbio: la atmósfera. Una atmósfera tan tensa y espesa, tan sugerente y mutante, tan amedrentadora que una termina por sentir una extraña liberación: la liberación de dejar el raciocinio bajo mínimos (siempre alerta, por supuesto, pero resignado a que no podrá vencer ni buscar un camino definido) y de soltar las riendas de las entrañas, de las vísceras. Esa opresión en el estómago que indica que existe un miedo tremendo. Una tristeza asoladora. Una pérdida enorme. Una culpa impenitente. Y unos deseos locos, locos, de que todo hubiese sido diferente.
Lynch nos introduce sin transición y con deformadas y recurrentes referencias y coordenadas en la mente de una mujer muy desgraciada. Una incursión brutal. Puedo intuir que ella guarda un pasado muy tétrico. Que su presente no es mejor. Que hay alguien cercano a ella a quien ama tanto como teme. Que ha hecho cosas por las que va a pagar (o ya está pagando) con sangre. Que han sucedido cosas terribles. Y que hay implicadas otras personas.
Que las gigantescas letras blancas de "Hollywood", que el Paseo de la Fama, que Hollywood Boulevard y los estudios cinematográficos nunca habían parecido tan deprimentes, tan sórdidos, tan hostiles, tan enemigos.
Que esa mujer está tan lejos de alcanzar sus sueños como pueda estarlo el fondo abisal de la fosa de las Marianas, de la cumbre del Everest.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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7 de marzo de 2011
13 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nunca he sentido tanto sopor, nerviosismo y malestar al mismo tiempo viendo una película.

Señor Lynch:

Sabe usted que yo le adoro, pero de verdad, esta bazofia sin sentido alguno que ha hecho usted es para pensarse seriamente las cosas. No sé si está usted enfermo de lo suyo o si tuvo un mal viaje o si simplemente ya hace usted lo que le sale de la ........Pero sea como sea, esto es intragable y además dura tres horas, madre mía.

Que me diga alguna de las personas entendidas que señalan esta monstruosidad como obra de arte, de qué va realmente y cual es el argumento.
isa
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5 de febrero de 2015
11 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que un gran director como Lynch, autor de joyas como Terciopelo Azul o Una historia Verdadera, realice un film tan vacuo, pretencioso e inútil como Inland Empire es digno de psicoanálisis, pero para ello están las consultas de psicólogos y psicoterapeutas, no las salas cinematográficas, ni los espectadores tenemos por que sufrir sus neurosis.

Sencillamente, lo bueno, si breve, dos veces bueno.
Lo malo, si además es insoportablemente largo, se convierte en pésimo.

Este pseudo film no merece más comentarios.
Eliseo
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24 de marzo de 2022
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre he dicho que necesito dos vidas, una para ver películas y otra para volverlas a ver. Las revisiones forman parte de mi credo cinéfilo, pues concibo las películas, como los libros, como entidades que me acompañan a lo largo de mi existencia. A veces se instalan con la fuerza de un aliento imprescindible al que debo regresar periódicamente, cinco, diez, quince veces. Otras van y vienen, en trayectos más discontinuos, se redescubren más adelante tras un comienzo tibio, o el entusiasmo inicial da lugar a una tregua y quedan semiolvidadas hasta que, años después, reaparecen con nuevo brillo. Es especialmente bonito cuando se anuncian sin querer, por ejemplo en un pase televisivo con el que se uno topa de repente, como un ángel.

Son escasas en mí las decepciones, en primer lugar porque no ansío repetir lo que en una sola vez ya catalogo sin pestañear como pésimo y, después, porque cuando sucede prefiero ponerme a favor de la película y en contra de la idoneidad de haber escogido aquel día para el reencuentro. Recuerdo que un verano empecé a revisar “Stalker” y, al constatar tras media hora que no conseguía “entrar” como habitualmente, preferí dejarla, pero sin culparla. Aquel, simplemente, no era el momento. Un par de veranos después, sin embargo, sentí un genuino impulso e instalado en una cómoda hamaca y armado con una cola y una bolsa de patatas (¿dónde está escrito que el “cine de autor” deba verse en una celda ascética y con rictus circunspecto?) fue de entre todas las veces la de mayor gozo. La moraleja de esta anécdota no puede resultar más diáfana: las películas hay que revisarlas cuando hay que revisarlas.

Esta es la razón por la cual dejé pasar o necesité que transcurriera una década para volver a enfrentarme a “Inland Empire”. Cuando la descubrí fue una experiencia ambigua e incompleta. Fascinante, por un lado, pero al mismo tiempo incómoda y extenuante. Dos cosas tuve muy claras. Una, que no me apetecería volver a corto o medio plazo a zambullirme en aquel magma insondable. La segunda, que allí dentro había mucho cine, cine con mayúsculas, en su estado más primigenio y desnudo, como en las cavernas: imágenes, sonidos. Y que estaba ante una obra que, en un arte con más de un siglo a sus espaldas, tenía el atrevimiento de adentrarse por caminos expresivos escasamente explorados. Sabía, pues, igualmente y de forma indudable, que algún día volvería a llamar a la puerta de “Inland Empire”.

Como atesoro entre otras la virtud de la paciencia, esperé sin forzar nada hasta la tarde en que de una manera natural me dije que de entre todas las películas de la historia, la única que quería ver en ese preciso instante era “Inland Empire”. Tan absolutamente distinta fue la percepción que apenas uno o dos años después también la revisé, experimentando idéntico placer. Seguramente, la diferencia fundamental es que rehuí la tentación (y el error) de pretender atar cabos –tentación que el propio Lynch fomentó, dicho sea de paso, con “Carretera perdida” o “Mulholland Drive”, al concebirlas como retos en forma de puzles que el espectador se veía obligado desentrañar–. Lynch parece mostrarse aquí más honesto, o más fiel a sí mismo en el fondo, pareciendo retornar, como cerrando el círculo de su filmografía, al experimentalismo surrealista de “Cabeza borradora”. De hecho, “Inland Empire” se me antoja una especie de recapitulación y pueden advertirse en ella reminiscencias de toda su obra (especialmente significativa la mirada crítica sobre esa industria de las apariencias y la superficialidad que es Hollywood, como en “Mulholland Drive”, o un final que remite muy claramente a “Terciopelo azul”).

Pero su gran valor es presentarnos, como Dreyer en “Vampyr”, un auténtico sueño filmado. No el sueño soñado por alguien, sino la película como ensoñación absoluta guiada únicamente por la lógica de los sueños. Cuando soñamos, nuestro interlocutor cambia de personaje dentro de una misma conversación, o pasamos de un sitio a otro muy distinto sin percibir anomalía alguna, o nuestra mirada se parece a la de una cámara subjetiva pero de pronto nos vemos “desde fuera”, o somos otra persona pero sin dejar de ser nosotros… Este film, como nuestros sueños, no es que carezca de unos anclajes que nos permitan el intento de interpretación, sino que esta no es, en mi opinión, el objetivo último y dudo mucho que haya de ser un objetivo. De lo que se trata es de sentir, de sumergirse en una experiencia-límite que, si pretendiéramos categorizar sería, como el film de Dreyer, la quintaesencia del cine fantástico.

No debemos tampoco dejarnos engañar por declaraciones del director que inducen a pensar en la improvisación. Cualquier espectador mínimamente bregado puede detectar lo muy pensadas que están las combinaciones de texturas o el uso de los angulares que distorsionan los rostros; y, desde luego, tanto el montaje como el uso –como siempre en Lynch– del sonido y la música revelan un concienzudo y milimetrado trabajo.

No todo el viaje que propone es uniformemente mágico. Creo que hay un metraje excesivo y en los dos visionados más recientes he constatado que, antes de los últimos treinta o cuarenta minutos, hay un tramo cansino por repetitivo, como si Lynch no se resistiera a desprenderse del material filmado. Una vez tuve un sueño en el que de pronto me dije: “Este sueño se ha atascado, no avanza, es aburrido, tengo que despertarme porque esto no puede seguir así”. Y me desperté. Aquí, como digo, encuentro un bache narrativo que induce a “despertarnos” de la película”, aunque, una vez superado, la escalada final es magnífica.

(Continúa en zona spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Quim Casals
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