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El contrato del dibujante

Intriga. Comedia. Drama En el verano de 1694, el señor Neville, un ambicioso y prometedor dibujante, visita la mansión del señor Herbert, en Compton Anstey (Wiltshire). La mujer del anfitrión le encarga doce dibujos de la casa con el foso y los exquisitos jardines. Sin embargo, Neville se verá envuelto en una intriga doméstica que lo convertirá en sospechoso de adulterio y algunas cosas más. (FILMAFFINITY)
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Críticas 15
Críticas ordenadas por utilidad
8 de abril de 2011
23 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Carente de equilibrio, como no podía ser de otra manera. Farragosa, no por lo enigmático, porque Greenaway no deja duda por resolver, sino por la necesidad de explicarlo hasta la extenuación. Se apoya para ello en los diálogos, ágiles, sí, pero casi todos abusivos; sexualmente explícitos y divertidos y por supuesto, innecesarios a la hora de esclarecer la trama. Y aún así, el director no prescinde nunca de ellos.

Lejano al poder visual que emanaba “El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante”. Es comprensible, que Greenaway prescinda de una profundidad de foco que a gritos pide esa campiña, puesto que pretende buscar en el plano la proyección de la perspectiva pictórica, pero merma la posibilidad visual que desarrolló años más tarde en “El vientre del arquitecto” (donde existe una simbiosis con la geometría -escultura y arquitectura romana-) Tampoco encuentro que sea un ejercicio barroco. Tiende a ello, como los límites, pero aún le quedaba al autor trabajo para llegar a realizar “El niño de Mâcon”. Esa sí es barroca. Aquí sólo nos quedamos con unas pelucas y mangas con puñetas. Incluso “El cocinero...” es mucho más barroca.

Greenaway tiene buen gusto a la hora de escoger la partitura pero escaso tino en el momento en sincronizar notas e imagen. Siempre reiterativo, las ovejas acaban merendándose a los pastores.

Es habitual en las propuestas de Greenaway abusar con alevosía de la simbología y salir airoso, pero cuando esta es explicada con pelos y señales, como ocurre en este caso (tras el contrato por el décimo tercer dibujo) pierde validez. La simbología mitológica (Deméter y Perséfone) sobre la que se apoya la película funciona tanto y cuando sirve de historia alegórica a la trama y deja de hacerlo cuando todo se vuelve explícito.

Mejor asentada queda la lucha racionalista de Mr. Neville (detallismo, armonía matemática, orden cósmico) frente a la mentalidad emocional, caótica y naturista que Mrs. Talmann impone definitivamente al contratar al nuevo dibujante. Mrs. Talmann le dice al dibujante en medio de una conversación:

“Estoy convencida de que un hombre inteligente hace una pintura objetiva, pues la pintura exige cierta ceguera, un rechazo parcial de la percepción de todas las cosas. Un hombre inteligente percibirá aquello que no ve. Y en el espacio que hay entre saber y ver se encontrará atrapado, incapaz de seguir fielmente una idea, por temor a que los espectadores perspicaces, a los que quiere agradar, le pillen en falta no sólo por no utilizar, lo que sabe, sino también por no utilizar lo que ellos saben. Si sois inteligente, y un pintor objetivo, pues, percibiréis que la construcción que os he sugerido podría muy bien superponerse al contenido de vuestros dibujos”.

La suerte de Mr. Neville está ya echada. Hades lo espera con la granada.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chagolate con churros
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17 de septiembre de 2009
25 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se puede seguir, en mi opinión, un camino principal y ramales subsiguientes a través del cine de Max Ophüls, Kubrick y posteriormente Greenaway. Se nota la afluencia de estos tres autores distintos a todos los demás en la importancia dada a la fotografía, en el encuadre perpendicular, sin sesgos ni acentuaciones con picado, en la composición, el extremado cuidado en la dirección artística y también en cierto tono casquivano en los diálogos, que potencia una sensación de confabulación del creador, los personajes y el escenario contra el protagonista. Es deudora esta magnífica “El contrato del dibujante” de “Barry Lindon”, no solamente en la tonalidad superficial, sino en toda esta suerte de hincapiés que componen una escuela más que estilo; así como también, y sin extrañarnos, apreciaríamos sin mucha dificultad en “El cocinero, el ladrón, su esposa y el amante” una consecuencia directa del film “Lola Montes” de Ophüls, hermanadas, casi gemelas estéticamente.

De estas dos películas en concreto de Greenaway, yo no sabría decir cual de ellas es su obra total; vengo sospechando que Greenaway sólo presenta obras totales. Me quedo con esta “El contrato del dibujante”, sin dar más razones que el gusto personal; aunque creo que es justo comentar que “El cocinero, el ladrón, su esposa y el amante” y su potente imaginería influirá en los nuevos cineastas de los noventa, ya que el cine de Jeunet, Caro y Lauzon beben directamente de esta película al igual que ella bebió primeramente de la citada “Lola Montes”.

Sobre el film en cuestión, empezaremos diciendo que “El contrato del dibujante” es una obra maestra que para su disfrute es necesario el visionado en su última restauración. En los jugosos extras del film se puede apreciar las mejorías desde su primera versión, pasando por la edición del año 1988 y 1999, hasta la última entrega ya en HD, corrigiéndose errores espurios de cimbreo de cámara y estrechándose el espectro del cromático mediante análisis de Fourier avanzado. Es necesario comentar que el film fue primeramente rodado en 16mm y pasado en postproducción a formato de 35mm; y si a esto añadimos la falta de Dolly, poco personal técnico y la ambición del autor rodando en exteriores, nos podremos hacer una idea de la escasa calidad del film original. También, si fuera posible, una versión doblada sería recomendable: los diálogos y la velocidad de recitación, fruto de un Greenaway desatado en el guión, sólo podría ser comparable al “reservoir dog” de Tarantino.

(Continua spoiler sin desvelar)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Travisloock
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27 de octubre de 2010
15 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Analizar críticamente una película de una complejidad tan acentuada como esta conlleva el peligro de pecar de estúpido por no acabar de comprender muchos de sus detalles o de pasarse de listo por creer ver más de lo que realmente hay.

El argumento comienza con una Señora Herbert (Janet Suzman) que busca una mayor estima por parte de su marido encargando, en su ausencia, una serie de dibujos de su lujosa a villa a Mr. Neville (Anthony Higgins), dibujante contratado mediante un singular acuerdo económico-sexual. Así iniciará una andadura traumática en la casa, donde las antiguas rencillas y pasiones personales entre sus moradores, acabarán viéndose reflejadas en los mismos dibujos. Encontrar la solución a los misterios que aparecerán en los dibujos resultará tan complicado como encontrar la solución al misterio que comienza a producirse dentro de la casa en sí.

La disposición de la película es la de encontrar al criminal dentro de un particular tablero de Cluedo, pomposo y suntuoso como la aristocracia inglesa de finales del XVII. La enigmática estatua que vigila e incluso interactúa con los personajes, al margen de poseer una determinada carga simbólica (¿duende? ¿espectador mudo? ¿verdadero asesino?) no hace más que arrojar misterio sobre la trama principal, es decir, el propio director también se ocupa de jugar con el espectador, atormentándolo.

La constante relación con lo simbólico y mitológico, las interminables y petulantes réplicas y contrarréplicas entre los excéntricos personajes, todo sumado al propio seguimiento de la investigación criminal crean un conjunto en el que Greenaway pretende no dar nada "masticado" al espectador. Pero, en contraposición al difícil seguimiento de la trama, da un respiro a la desconcertante y probablemente inútil tarea intelectual, desplegando una puesta en escena de exquisito gusto, mediante la preciosa fotografía paisajística (de la mano de Curtis Clark), generalmente encuadrada desde la óptica del propio dibujante y también mediante la destacada banda sonora de Michael Nyman.

El resultado es una película desconcertante, por momentos bella y por momentos inaguantable, de diálogos afilados y retorcidos, de personajes contradictorios, de conclusión incierta y con una bonita factura audiovisual, tan barroca como la propuesta en sí.
Atlantis
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19 de agosto de 2007
16 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
* Greenaway es uno de los directores que considero más interesantes, y esta es mi película favorita, de las suyas. Un cúmulo de elementos, característicos de todos sus trabajos, que le da a cada uno el mismo carácter y personalidad, siendo un estilo totalmente particular y reconocible.

Dicen de él que es uno de esos directores-artistas integrales, cuyas películas están elaboradas en base a códigos sujetos a disciplinas científicas y artísticas. Sus trabajos están dotados de una complejidad fuera de lo común, y quizá solo accesible para aquellos entendidos en las materias con las que Greenaway juega en cada film. Es un cine a la vez ilustrado y estrambótico, que combina una enredada profusión de ideas con ciertos puntos burdos, groseros, escatológicos, y vulgares; puede que para reírse de si mismo y sus enojosos planteamientos, pero siempre sin restar un ápice de seriedad a la propuesta.

* “El Contrato del Dibujante” es tan tortuosa como todas sus obras: para vérsela varias veces y, aún así, no enterarse bien de la mitad. Una especie de taimada intriga “policial”, protagonizada por unos personajes afectados hasta la nausea, cínicos y retorcidos hasta chirriar; como la trama. En este caso, todo lo que ocurre parece tener que esclarecerse a través del análisis de las pinturas del protagonista, buceando en las perspectivas, donde se diseminan pistas que, junto a la actitud y conducta de los personajes, debe llevarnos a esclarecer el asunto tratado: el asesinato y el papel jugado por cada cual.

* La ambientación, de nuevo, cuidadísima, muy ornamentada, con una fotografía esplendida, pero sin el cargante barroquismo de “Baby of Macon” o “Prospero’s Books”. Y como siempre, también, un humor negrísimo y sangrante.
Philip Glass vuelve a poner su grano de arena: una jovial y pegadiza música neoclásica que da cierto toque radiante, recordándonos que Greenaway, aparte de hacer las cosas difíciles a posta, es también un cachondo.

* El cuidado e ingenio de los afilados diálogos es otro aspecto que me llama mucho la atención; afilados como cuchillos, poniendo de relieve la inteligencia más elevada junto a la más baja vileza en cada personaje.

* Algo que sacará de quicio a la mayoría (yo no me libro), es que cuando creemos que hemos llegado a un punto en que quizá podamos enterarnos de que está pasando, que nos van a dar un respiro e iluminarnos entre tanta sórdida y críptica maquinación, se da un nuevo viraje brusco en la historia, y todo se enreda aun más. Irrita a cualquiera, pero es toda una versada maniobra narrativa.
Una curiosidad es que una de las pérfidas damitas protagonistas es Anne Lambert, la angelical y misteriosa Miranda de “Picnic en Hanging Rock”, y a quien no he visto en más films.

* Erudición, mala uva y humor negro para una película la mar de interesante.
irian hallstatt
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5 de marzo de 2010
22 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Será que no me ha pillado muy fina. O será que no estoy hecha para este tipo de cine pomposo y hueco.
Un banal retrato de una época frívola en las corrientes europeas. El siglo XVII, una moda amanerada, pelucas empolvadas, vestimentas recargadas, modales estirados y altaneros, diálogos rimbombantes que imagino deben de ser muy inteligentes e ingeniosos, pero que a mí se me hacen más soporíferos que escuchar las mentiras de los políticos de turno (que ya es difícil).
Un dibujante, Mr. Neville, muy sobrado de sí mismo, contratado por una aristocrática dama, muy refinados ellos, que pactan unos términos que consisten sobre todo en que el chuloplayas de Mr. Neville realizará dibujos de la propiedad de los Herbert a cambio de dinero, hospitalidad y sexo (la dama tiene un maridito que no le da caña en la intimidad, pero de todas maneras ella no tiene chicha ni limoná).
Todo más frío que sentarse en un W.C. de acero. Él se trajina a la ilustre dama (a ella no le hace mucha gracia esta cláusula, aunque el pimpollo es joven y no está mal), mientras los dos hablan sin parar, muy elegantemente, como si en lugar de estar fornicando estuvieran sentados en una biblioteca, reflexionando sobre los grandes pensadores universales o algo por el estilo.
Y los días pasan, el pimpollo es un maniático compulsivo de cuyos dibujos, muy bonitos, acabas harto. Y todos los atardeceres se cobra el precio en carne, aparte de los otros beneficios: comida, cama y repantigarse como le da la gana.
Y el contrato se va ampliando. Nuevas cláusulas se van añadiendo... Y de por medio un crimen que, dicho sea de paso, no me interesa en absoluto ni me despierta la menor intriga.
Digo yo que todo esto será una mordaz representación de un período en Gran Bretaña, claramente influenciado por aquellas oleadas de ostentación, excesos, vanidad e hipócrita mezcla de puritanismo y moral relajada que ni siquiera se recata demasiado. A lo mejor Greenaway hace una crítica solapada y muy artística, pretendidamente superficial. Pero, aunque así fuera… Me importa un pimiento.
Para mí, una película de lo más repelente.
Vivoleyendo
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