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Bad Fever

Críticas 1
Críticas ordenadas por utilidad
2 de enero de 2021
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Esencialmente "Bad Fever" es una narrativa acerca del desengaño, de un brutal choque con la realidad al que Eddie, un joven solitario de una insignificante ciudad norteamericana, se ve expuesto tras el casual encuentro con una atractiva y misteriosa vagabunda. Este personaje nos es caracterizado como alguien sumamente ingenuo, que tiene una idea muy idealizada y juvenil del amor romántico y que cree que si insiste, puede alcanzar sus sueños. En este caso, dado que su existencia no goza de experiencias muy variadas, parece que lo que más influye es la televisión y por eso no tardamos a saber que su aspiración es realizar un monólogo cómico en un club de su localidad.

El espectador al instante comprende que este propósito es absurdo, que alguien como él tiene tantas posibilidades de cumplirlo como una gallina de atravesar el océano con sus alas. Tras esa fachada retraída y de timidez patológica hay una mente inocente que no reconoce lo imposible: no hace falta decir que estamos frente a la enésima crónica de la desmitificación del sueño americano. Aún y así el director no se contenta con encarnizarse con Eddie y tampoco cae en una compasión meliflua y superficial, óptima para contentar a audiencias comerciales.

En los títulos descubrimos que Josh Safdie es mencionado entre los agradecimientos y en verdad se podría decir que hay cierta complicidad estética entre los directores neoyorkinos y el director de "Bad Fever", principalmente en el carácter documental, en la representación áspera y rigurosa de personajes marginados, que son observados con cierto grado de empatía, aunque con sana distancia. A través de la narración vemos que Eddie está más o menos integrado, pues tiene trabajo y casa, pero a nivel personal está claro que no se desenvuelve con demasiada soltura y menos aún tiene un talento oculto que le permita triunfar como comediante. Mas no se cae en los pecados de la ficción comercial, que todo lo apuesta al gran clímax, la caída en la realidad se produce a través de Irene, la vagabunda con la que cree entablar una relación íntima, que aterrizará en el desengaño.

Si la marginalidad de Eddie es más bien a nivel psicológico, pues sus necesidades materiales parecen más o menos cubierta, Irene es su reverso, una mujer sutilmente cínica, que vive en una escuela abandonada pero que no tiene reparos en sacarle cosas a los extraños, no parece compartir el sufrimiento de Eddie por encontrar su lugar en el mundo. Irene se deja llevar por la corriente, siempre atenta a las oportunidades que flotan en el aire. Es a través del encuentro de estos dos personajes que se produce la quiebra de la ilusión y la caída en el tiempo.

Desmitificado el espacio accedemos a unos Estados Unidos que se emparentan con el "Stroszek" de Werner Herzog, un territorio árido y equidistante frente a las ansiedades de sus ciudadanos, que se construye entorno a subterfugios que se han convertido en la realidad misma. Es como un "Permanent Vacation", sólo que en vez de beatniks neoyorkinos encontramos a rednecks que se embrollan al hablar y que vocalizan de forma incomprensible.

Pequeños gestos retratan sagazmente su forma de vida, como por ejemplo esa Coca-Cola con la que el hijo llena el tanque a su madre, que beberá a lo largo del día mientras vegeta frente al televisor. O ese propietario del club de ocio, perfectamente apático y sin vínculo alguno con la atmósfera que su negocio pretende crear. La diversión como un negocio como cualquier otro. Cuando se produce el gran momento del monólogo por el que Eddie pretende alcanzar sus sueños, la escena está cargada de una vergüenza ajena casi insoportable, entran muchas ganas de salir corriendo, y nada mágico o artificial ocurre para arreglar la situación, no le sale una improvisación de inesperada gracia, algún accidente afortunado que le de nuevo impulso a la vida del triste personaje y así engañar al espectador, para que se lleve la falsa impresión que en cualquier momento la vida puede arreglar con aspiraciones disparatadas.

Es, como decía al principio, la crónica de un desengaño, de ilusiones perdidas, en la que se bascula el pesimismo con un fino sentido del humor. Una pequeña cinta de modestos medios, aunque de precisos y afilados contornos que nos muestra el retrato de una sociedad ensimismada en un individualismo patológico, contaminada por un consumismo mostrenco, y que capta con perspicacia nada ostentosa cuáles son los signos de los tiempos en los que surge su narración.
Jean Ra
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