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Un cuento de cine

Drama Para Dong-soo todos pueden hacer proyectos menos él: construyen familias, planifican su vida social, trabajan. Él es un director que sueña con hacer una película, una quimera que parece imposible... hasta que al salir del cine se encuentra con Yong-shil, la actriz y protagonista de una ficción sobre una pareja desesperada. (FILMAFFINITY)
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Críticas 10
Críticas ordenadas por utilidad
27 de septiembre de 2009
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Divide et vinces”, frase que siempre se ha atribuido a Gaius Iulius Caesar, que los matemáticos e informáticos utilizan para dividir un problema en dos o más subproblemas del mismo tipo o similar y los cineastas orientales utilizan para “empitonar” a las gafas de pasta gruesa sin más dilación.

Hong Sang Soo es todo un referente en cine de pitón y pitillo. Hijo coreano y no bastardo de Rohmer aquí se atreve a meter un recurso tan devaluado como el zoom y sale indemne. Y lo hace para jugar con esa muestra de perspectivas y un juego de realidad-ficción. Recurrencia estilística para indicarnos lo que es cine y lo que no puede ser. Un juego que se contrapone con dos historias y diferentes perspectivas. Personajes que se muestran contra el público y de cara a él son otros elementos como las reiteradas relaciones de pareja que siempre han servido de envoltorio a la obra del autor.

“Tale of Cinema” es, de momento, mi película favorita junto con “Virgin Stripped Bare by her Bachelors”. Los protagonistas de las películas de Hong Sang Soo suelen ser cineastas, algo útil para jugar con el metacine desde otra perspectiva mucho mas enriquecedora y narrativa. Juego de prismas de construcción y destrucción no sólo de ficción sino de relaciones emocionales. Obviamente en toda creación el lado personal confluye y se respalda y como todo cuento tiene una moraleja.
Maldito Bastardo
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6 de abril de 2009
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Es el cine una ficción exagerada de la vida real o es la vida la causalidad primigenia de la consecuencia cinematográfica? Tale of Cinema propone una reflexión sobre el tema configurada de modo especular, estableciendo diversos niveles de relaciones entre ficción metacinematográfica, drama de la real y percepción en el público.

En este sentido, no sólo se puede hablar de reflejos entre el fotograma y el espejo de la vida cotidiana, sino que el hecho de que la trama no sufra ningún corte en lo formal que nos permita diferenciar claramente un segmento de otro remite a las intenciones de Hong Sang Soo de articular un film que se dobla, se pega y confunde los estratos de los que está compuesto.

Precisamente esta continuidad en el estilo es lo que permite discernir la respuesta a la pregunta inicialmente planteada. El cineasta coreano habla de continuidad, de no diferencia, de como los sentimientos, las actitudes vitales, el drama de la cotidianidad en definitiva se entremezclan en un constante flujo entre las experiencias del humano carne y su extensión en forma de cámara.

Un discurso, sin embargo, que a pesar de su interés y coherencia se ve lastrado en dos conceptos, estos sí, meramente cinematográficos. Por un lado la sensación de que el director tiene demasiado presente en todo momento su propia concepción de autor, de estar revelándonos algo muy importante, de mostrar una pedantería intelectual que por momentos anula la intensidad dramática del momento.

Por otro está el método formal, con una sobrecarga excesiva de zoom, que remite más al cine de artes marciales o al spaghetti western que a un tipo de película como esta que pretende tener una raíz que la emparente con la Nouvelle vague. Un recurso pues, que se antoja inadecuado a todas luces, y cuya pretensión más evidente de vincular en un solo plano la aproximación entre lo general y la repercusión que ello en los personajes resulta demasiado obvio ante la presunta complejidad del tema tratado.

Es por todo ello que Tale of Cinema aún resultando interesante por su trabajo de investigación y exploración entre las barreras de la realidad y la ficción, acaba por resultar irregular y hasta cierto punto cargante, unas sensaciones que anulan en cierto modo la capacidad del espectador para centrarse en el fondo de lo que se cuenta y quedarse con una sensación de indeferencia cuando no de incomprensión. En este sentido se puede concluir que nos hallamos ante una obra fallida por su falta de equilibrio y porque en el camino a explorar se ha dejado por el camino algo tan básico en la vida, como en el cine, llamado emotividad.
LennyNero
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8 de abril de 2011
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo que me sucede con los films de Hong Sang Soo es que me gusta lo que pasa, los encuadres, los tiempos, pero los personajes parecen huecos, niños mal crecidos, obvios, balbuceantes, sobre todo los masculinos. No se los cree, no se los puede creer salvo que en Seúl los cineastas sean seres crecidos a desmesura en los huesos y con el cerebro de niños, pero sin la gracia de los niños. Esto me ha sucedido con Un cuento de cine y con La mujer es el futuro del hombre. En cambio el primero de él que vi, Turning point, me deslumbró. No entiendo bien qué sucede, esta cierta incongruencia entre el planteo de cine interesante y meditado y las figuras temblequeantes. No digo que en la vida no existan personajes que crecen mal, lo que me sucede es que a estos no se les cree, no les creo. Las escenas de amor son fuertes, crudas y bellas, todo es hermoso y a veces cruel, una pena que después digan pavadas.
Roberto
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16 de noviembre de 2014
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocas veces un director habrá buscado que sus películas carezcan de estética, mediante el uso de recursos generalmente aceptados como torpes o directamente considerados erróneos, sin que todo ello se convierta en el epicentro de la propuesta. Hong Sang-soo (The day he arrives, 2011; En otro país, 2012) parece seriamente decidido a basar sus planteamientos en la precariedad visual y la sencillez más absoluta, adoptando el “antiestilo” como sello de identidad y centrando toda su atención (y, forzosamente, también la del público) en la historia a relatar.

Apodado “el Woody Allen koreano” por su copiosa producción, que roza las dos películas anuales (y, quizás también, por esa dejadez en la puesta en escena), además comparte con éste la repetición de esquemas en sus relatos: historias cruzadas en las que acciones repetidas varían su significado en función de la situación o el personaje que las lleva a cabo. Asimismo, el tratamiento del cine dentro del cine es otro lugar común. En este caso, consigue elaborar un llamativo juego de engaño metacinematográfico con el espectador, al que respeta y del que espera una actitud activa en la comprensión de la trama.

Caracterizado un acabado que roza el vídeo casero, Sang-soo sitúa la cámara en la lejanía, con planos generales en los que estudia cautelosamente a sus personajes en su entorno, cual Félix Rodríguez de la Fuente en terreno metropolitano (idea de la que posiblemente el Jaime Rosales de “Tiro en la cabeza” habrá tomado buena nota). Cuando toma confianza, comienza la maniobra de aproximación, que culmina con bruscos y nada elegantes zooms, ya marca de la casa. Es este desmantelamiento formal el que le permite resaltar estos minimalistas detalles por los que apuesta, una peligrosa arma de doble filo que, de hecho, provoca que sus películas suelan dejar un regusto de producto inacabado. En este caso, sin embargo, los cortes no desangran al herido.

Estas, y otras críticas, en http://blogquenuncaestuvoalli.blogspot.com.es/
Yago Paris
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18 de abril de 2017
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si el cine de Hong Sang-soo ha ido ofreciendo una singular evolución —en torno a sus espacios, personajes e incluso acciones y diálogos que estos recogen— a lo largo de una cada vez más intensa y exhaustiva carrera, los rasgos que han compuesto su obra y han ido mutando la perspectiva de un cineasta único en su especie ya se reflejaban en etapas previas a esos espacios cíclicos, escenas reiteradas e incluso interludios musicales que reviven momentos pasados. Pero más allá de aspectos distintivos y característicos de su cine, en el universo del coreano queda implícita una voz para abordar temas de toda índole por más que parezca que sus repeticiones y la (presunta) unidireccionalidad de sus relatos llevan siempre a esos lugares comunes (en su obra, se entiende) a los que tiene por hábito conducirnos Sang-soo.

La habilidad por crear realidades o ficciones —en especial, en sus ejercicios metacinematográficos, más presentes en etapas anteriores de su carrera— ha sido en ese contexto una de las mejores herramientas de las que ha dispuesto un autor en constante progreso, y es que si tras más de una década después de su eclosión definitiva algo ha caracterizado su cine es ese incesante juego que, si en un principio recurría a espacios de cine dentro de cine para armar su propuesta, ha terminado fortificando sus posibilidades en una extraña irrealidad surgida, en cambio, del plano estrictamente real.

De entre esos títulos donde Sang-soo todavía bordeaba los lindes entre realidad (la de sus personajes) y ficción (la compuesta por esos personajes desde su faceta como autores), quizá nos encontramos en Un cuento de cine con una de las reflexiones más sugestivas del coreano: la vida nos lleva al cine, el cine a la muerte y, finalmente, la muerte a la propia vida —desde la comprensión del mismo ciclo a través de la representación de nuestras inquietudes en pantalla—. Es así como tras un epílogo que, por extensión y modo de presentación, podría remitirnos a la Blissfully Yours de Apichatpong Weerasethakul —siempre a la manera del coreano, claro está—, Sang-soo establece una disertación acerca de como nosotros —ya seamos espectadores o creadores— nos acercamos al cine, y este arroja otra percepción (no siempre esperada) mediante la que discurrir por caminos que probablemente no habríamos afrontado desde la misma posición sin ese discurso aprehendido.

Con esa pulcritud habitual en la imagen —incluso cercana al video—, los zooms y barridos seña de la casa, la estética típica del cine de Hong Sang-soo cobra en Un cuento de cine mayor importancia: desde ella el coreano constriñe la esencia de su obra alineando esos dos planos en los que trabaja y dando con ello a entender que no hay una línea divisible entre cine y realidad; entre ambas surge un complemento que precisamente dota de sentido al film, y le confiere otra de esas múltiples lecturas que ofrecen las obras de Hong Sang-soo. Así, el cineasta demuestra que la reiteración, las formas e incluso ese minimalismo al que lleva ciertas facetas, no comprenden simplemente una hoja de estilo a la que acogerse como si todo ello fuesen los mimbres de una autoría, también sirven a la perfección como precursores de un discurso, de un diálogo con el espectador —como no podría ser de otro modo, tratándose del autor de La puerta del retorno— que no parece detenerse por más que la producción de su cine resulte, a cada año, titánica —este, tras presentar On the Beach at Night Alone en Berlín, llegará con dos títulos a Cannes; casi nada—, y conforma una de las perspectivas más extraordinarias de nuestro cine, un cine contemporáneo que afronta desde la más extraña de las cotidianeidades.


Crítica para www.cinemaldito.com
@CineMaldito
Grandine
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