Dance Hall

Viendo esta peli se entiende mejor cómo César Romero se convirtió en el arquetipo del macho latino en el Hollywood de la edad de oro, ya que encarna con gran eficacia a un chuleta verbenero cuyo comportamiento con las mujeres es bastante detestable, aunque vaya por la vida de don Juan gracioso.

Le acompaña en esta comedia menor Carole Landis, una actriz hoy totalmente olvidada que empezó muy joven y tuvo un ascenso fulgurante, pero que en poco tiempo terminó como un juguete roto, con distintas adicciones y problemas psiquiátricos que, tras vivir esa montaña rusa de esplendor y declive que a veces caracteriza al mundo del espectáculo, finalmente la condujeron al suicidio.

Se da además la circunstancia de que en este filme hace un poco de sí misma, pues en sus inicios antes de ser actriz de cine también se dedicó a cantar en garitos y salas de baile. Y aunque la trama esté algo vista -él no quiere admitir lo mucho que le gusta ella y la ofende diciéndole que es como todas, a lo que ella ella lógicamente reacciona con orgullo- lo cierto es que la película se deja ver, pues hay bastante química en el dúo protagonista.

Eso sí, el desenlace es absolutamente tópico, aunque hay bastante naturalidad y frescura en la peli. Como tantas veces pasaba en las producciones de Hollywood de aquella época.

Completan el reparto, entre otros, William Henry, el jóven pianista del garito que regenta Romero; y J. Edward Bromberg, un tipo amable y regordete que tiene un negocio de lencería y que también pretende a la protagonista y que, al ser rechazado por esta, se resigna a ser el típico amiguete majo y de buen corazón.