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American Vandal II (Miniserie de TV)

Serie de TV. Comedia Miniserie de TV (2018). 8 episodios. Esta vez Peter y Sam investigan un nuevo crimen en un colegio católico privado, en concreto, una intoxicación en la cafetería producida por el vertido de unos laxantes en la limonada. (FILMAFFINITY)
Críticas 4
Críticas ordenadas por utilidad
18 de septiembre de 2018
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
- ¿Y si no lo hizo por venganza? ¿Y si sólo fue una broma? ¿Y si piensa que la caca es divertida?
- (...) La caca ES divertida.

Este breve intercambio es sólo uno de los muchos dilemas morales que la segunda temporada de esta original miniserie de Netflix nos va a plantear. Eso y muchas risas. Parodiando sin estridencias el muy de moda género de documentales sobre crímenes que esta misma cadena ha ayudado a popularizar, la primera temporada de American Vandal fue un divertidísimo viaje en busca del autor de una gamberrada atrevida pero poco imaginativa.

Esta segunda temporada pretende convertirla en una franquicia y toma las decisiones correctas para que así sea, ya que es más gamberra, compleja, entrañable y profunda que su predecesora. Estos ocho nuevos capítulos siguen a la misma pareja de ficticios cineastas adolescentes a un prestigioso colegio católico para investigar los ¿crímenes? del llamado Bandido Fecal, un bromista extremo que se inspira en la caca para realizar sus fechorías como el John Doe de Se7en se inspiraba en los pecados capitales.

Como en su primera temporada, la serie magnifica cada hecho que se nos revela gracias a los artificios del formato documental de crímenes, pero American Vandal no cae en la parodia fácil en cuanto a su realización, algo que resultaría divertido sin duda (aquel episodio de "Detrás de las risas" de Los Simpson) pero que no es lo que buscan sus creadores. Buscan contar una historia, simple y llanamente, y han elegido este formato porque ofrece ventajas como el realismo, la cercanía que sentimos con sus protagonistas o lo plausible que nos parece todo. El enorme reparto coral de posibles sospechosos está perfecto. Incluso demasiado perfecto en ocasiones, conteniendo alguna que otra escena tan bien interpretada que de pronto recordamos que estamos viendo una ficción. Así de inmersiva es.

Así que el formato acaba pasando a segundo plano y nos quedamos con la historia, que depura la virtudes de la primera temporada y añade otras nuevas, además de un final mejor rematado, más rotundo. Un reparto más coral y divertido, un antagonista que tiene más de supervillano que de vándalo, unos crímenes más atroces, unos miedos más primigenios y, sobre todo, entender mejor cómo narrar un misterio y hacerlo sugerente para el espectador. La serie sabe muy bien cómo tenerte entretenido con pistas falsas. Lo genial de American Vandal es que la mayoría de esos callejones sin salida (argumental) no nos llevará más cerca de la identidad del Bandido sino a relatos humanos que nos parecerán muy reales.

Y todo esto sin dejar de ser divertidísima. Porque la caca ES divertida.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Varelax
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10 de diciembre de 2018
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nunca una serie protagonizada por adolescentes se había tomado tan en serio a sí misma. Y ya era hora. Las series con temática adolescente suelen dejar claro que su target es únicamente ese, y las tramas suelen ser previsibles, facilonas y estúpidas (véanse los primeros quince minutos de "Élite").

Es un falso documental que continúa la estela de la primera parte, la de las pollas con spray. Esta vez, Pete y Sam son llamados por Netflix para investigar y rodar un nuevo documental sobre un misterioso villano que aterroriza a todo un colegio católico privado de Washington. ¿Cómo? Con caca. Las dos temporadas tienen una presentación digna de elogio.

Todo es adolescente, pero nada es previsible. Los personajes te sorprenden de primeras no solo al no ser idiotas (de nuevo, pagamos el precio de haber crecido con "Física o Química") sino al ser súper poliédricos y carismáticos. Esto no suele suceder. El adolescente en ficción tiene dos personalidades: el estúpido que solo sirve para dar problemas, o el incomprendido más sabio y triste que el mundo que le rodea. Este retrato podría haber funcionado hace años, pero hay que ser realmente tonto para mirar a tu alrededor y pensar que estas generaciones no tienen hoy muchísimo que decir. Y eso hace "American Vandal II".

Los personajes no son autoindulgentes ni caprichosos. Simplemente, están bien construidos. Además, para evitar juicios, renuncian conscientemente a dotar a los personajes adultos de cualquier rastro de protagonismo y se les ventilan en cuanto pueden; pasa por encima de las típicas tramas de novios, fiesta o drogas, y es valiente con lo escatológico, como si todo el código fuera un alegato de rebeldía que es la proclama de la serie en sí misma.

Es un gran acierto: es creativa, es divertida (¡los cliffhangers están súper bien hechos!) y estoy segura de que los creadores se lo han pasado bomba escribiéndola, rodándola e incluso editándola. Las secuencias interlúdicas a modo de documental yanki son lo más. Le pongo un diez porque es que esta idea no se puede llevar mejor.
Bobby
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22 de enero de 2019
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
American Vandal ejemplifica a la perfección aquello de que lo importante de una historia no es la historia en sí misma sino el cómo se narra la misma: partiendo desde una situación completamente estúpida, grotesca y trivial va trazando espirales concéntricas hasta completar un pavoroso retrato social.

Es incómoda en su planteamiento, autoconsciente en su puesta en escena, brutalmente ácida en sus retratos y reflexiva en su desarrollo. No sólo no hay nada parecido, es una prueba de fuerza de montaje, edición y síntesis: nada tiene sentido sin lo anterior, todo es necesario para lo posterior: la información que se presenta interactúa retroactivamente con la que se ofreció hasta modificar por completo el sentido de la misma; causas que se multiplican, efectos imprevistos e incertidumbre: al final podemos saber algo, pero seguramente no era lo que se buscaba responder.

Sus dos herramientas básicas son el montaje hiperbólico, barroco, culterano, obsesivo, wellesiano, y una puesta en escena tan conceptualista que es casi metafísica, en donde cada elemento es solo el contorno de algo que no se podría mostrar aunque se quisiera. Es invisible. Las ausencias de la serie resultan fundamentales dentro de este esquema; no es lo que se ve o está, es lo que no se ve ni está pero determina cuanto acontece.

Es un thriller retorcido de una claridad expositiva deslumbrante, de ritmo alegre pero pausado, con multitud de recursos formales, técnicos y narrativos; y también es un lúcido ensayo del mundo en que vivimos y de todos los adultos que ayudan a construirlo mediante sus acciones u omisiones. Así, puede enganchar tanto por la maestría con la que elabora su misterio como por el oblicuo retrato social que implícitamente va realizando a medida que se desarrolla la historia.

Por eso, aunque resulte diabólicamente divertida, su significado es devastador. Las variables visibles de la tragedia son los adolescentes, el sistema educativo y el impacto de las nuevas tecnologías sobre los mismos. El resultado son dos paseos de cuatro horas por un museo de los horrores de nuestra sociedad: la curiosidad sustituida por el morbo, lo permanente por lo inmediato, lo justo por lo conveniente, lo bueno por lo útil, la empatía por la ambición.
Un retrato de una juventud incapaz de comunicarse, atrapada en el trabajo sin fin que supone tener que venderse a sí misma a través de las redes “sociales” que mediatizan sus relaciones. Núbiles encarnaciones del liberalismo, alienadas en sus roles dentro de una estructura jerárquica en donde la única vara de medir es el interés simple y compuesto. Profecías autocumplidas del homo hominis lupus capitalista: egocéntricos, amorales, individualistas, manipuladores, agresivos, náufragos en sus pequeñas islas de tecnología. Peritaje cruel, hiriente e implacable de cierta juventud (la que está conectada) y todo el sistema educativo; más que una serie adolescente, es una serie contra ellos. En última instancia resultan ser poco más que víctimas, pues las pollas y la mierda solo son el macguffin para sacar a flote un microcosmos de privilegios, autoridad, prejuicios y clases sociales. Pequeñas comunidades de fantasía donde la mano invisible del capitalismo (variable invisible e independiente) lo regula todo mientras finge no hacer nada. Todo muy adulto y respetable.

Retrato que lejos de conformarse con un víctimas inocentes vs. nacidos para la maldad, se toma su tiempo para describir minuciosamente algunas de las causas fundamentales de nuestra decadencia cultural. Abstrayéndose de lo circunstancial para pasar inmediatamente a lo general, a lo global. Sin víctimas ni culpables. Describiendo, sin juzgar, una sociedad falta de referentes mediante los que posicionarse a sí misma, en la que todo es cuestión de moda y conveniencia. Al fin, sean jóvenes o adultos, sus actos son (casi siempre) igual de estúpidos que las motivaciones finales de los mismos.

Seguramente podría haber prescindido del humor bizarro, mantener el ritmo, ponerse seria (¿qué tal la clásica masacre en el instituto?) y quién sabe si llevarse algunos premios. Pero entonces no sería orfebrería. Es la propia estupidez del tema la que permite, justifica y demanda la enorme divagación a través de la que se revela el ubicuo trasfondo ideológico que impregna cada capítulo. Tan aparentemente neutral como los documentales, tan invisible como la autorregulación de los mercados; pero, en el fondo, completamente sesgado para operar a favor de unos intereses muy concretos: los de sus creadores. Es esa divagación, perfectamente enmarcada por la propia puesta en escena de corte documental, la que permite retratar con precisión como esta ideología invisible y aparentemente neutral se infiltra incluso en los actos más cotidianos para inclinar la balanza siempre hacia el mismo lado.
Donald Rumsfeld
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19 de diciembre de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando Netflix estrenó en 2017 "American Vandal", pocos podían imaginar el pequeño icono artístico que aquello supondría para la plataforma americana.
Si bien a nivel de espectadores no tuvo demasiado éxito, hasta el punto de que no fue renovada para una tercera temporada, la serie es una aguda reflexión sobre el lugar que ocupa el ser humano en la sociedad del espectáculo, quien, a raíz del despegue definitivo de las redes sociales parece haberse afianzado en una mezcla de exposición continua con una tendencia a la sobrecompensación de la falta de amor propio reflejado en la adoración de la imagen por la imagen sin otro fin que conseguir validación en forma de corazoncitos y mensajes entusiastas de jóvenes que quieren ver (o necesitan creer) un modelo en el que inspirarse para poder conseguir más rápidamente el ascenso de estatus social, el abandono de la vida estudiantil y la promesa de un futuro basado en vivir de las rentas que proporciona la exhibición del cuerpo, de una forma u otra, bien sea como "influencer" de la moda o directamente como representante de la vida fiestera y socialmente "exitosa".
Lo pongo entre comillas porque, como muy bien nos dice esta segunda temporada, la imagen aunque valga más que mil palabras por sí sola no tiene por qué valer nada y menos aún en redes sociales donde todo está masificado y todo se actualiza constantemente.
"American Vandal II" es una crítica o si se quiere, una excusa con una gamberrada de trasfondo para hablarnos del camino que están tomando las nuevas generaciones, que crecen y se desarrollan a la deriva de lo culturalmente elevado e inspirador, jóvenes que son afectados por las presiones consumistas de su entorno, que se ahogan en inseguridades y miedos: miedo a ser excluido, miedo a no estar a la moda, miedo al qué dirán, miedo a perderse aquello que se supone que hay que disfrutar con cierta edad.
La falta de referentes sólidos, en una época donde la falta de líderes políticos, sociales o incluso científicos es alarmantemente alta. Donde los deportistas de élite, los traperos, los anteriormente mencionados influencers o cualquier youtuber tienen un mayor alcance psicológico para estos jóvenes de lo que debería en una sociedad contemporánea con pleno acceso a toda la cultura de la Historia.
La serie, es una sátira, o si se quiere retorcer un poco más el concepto, una parodia. En primer lugar, una parodia de los documentales sobre misterios y crímenes que últimamente pululan por televisión y streaming, en segundo lugar una sátira de la juventud de hoy, de como funcionan las relaciones jerárquicas dentro de los institutos, donde se denuncia la doble vara de medir que estos centros tienen con ciertos alumnos, debido a las exigencias del Mercado que les obliga a pasar por alto ciertas actitudes y comportamientos para recaudar el suficiente dinero para seguir sobreviviendo, para mantener el prestigio, la imagen. DeMarcus Tillman, joven promesa del baloncesto y ojito derecho de la dirección por la publicidad que recibe el centro gracias a él, es el rey del mambo, pero a la vez es un personaje que, aun gozando de la popularidad que el resto ansía, se ve solo en el trono, en cierto modo igual de aislado que un marginado, sus privilegios se revelan solo como un simple rol, que a él le toca cumplir, su glamour y su fama es simplemente el elemento inevitable de su condición, deseada o no. Lo que le convierte en un objetivo vulnerable por la soledad que acompaña a su estatus.
El resto de personajes parecen ir en la misma sintonía, cada uno sabe lo que hacen los demás, gracias a las redes sociales, pero ninguno parece saber quien es quien realmente, su verdadero rostro, sus verdaderos pensamientos. En este hervidero de apariencias y juegos de espejos, aparece en escena el Zurullo Vengador, una alimaña que solo puede surgir del caos que provocan los vacíos de comunicación que se dan entre los miembros del alumnado y del profesorado y que se aprovechará de un modo psicópata de estos para confirmar la paranoia y la desconfianza siempre latente en Internet.
El instituto elegirá a Kevin como cabeza de turco para evitar represalias mayores tanto desde el plano de la paz social como de los inversores del centro, sin tener pruebas sólidas de ningún tipo. El alumno pierde todos sus derechos para evitar que el capitalismo arruine el centro. La violencia estructural como verdadero villano de la función.
Fuera de análisis sociológicos y psicológicos, lo cierto es que "American Vandal II" me parece que está un peldaño por debajo de su predecesora, donde en la anterior había una clara línea de aparente improvisación formal, en esta todo está encorsetado en un formato ya profesionalizado, bien justificado pero que le hace perder encanto. Las interpretaciones siguen siendo brillantes, dotadas de una naturalidad difícil de superar, que hace que los personajes te resulten muy cercanos y carismáticos, si bien los diálogos gozan de un tono ácido menos sutil que en la primera parte. El ritmo también decae en pos del virtuosismo visual (cosa que nunca debe ocurrir) pero lo compensa con un incisivo y necesario análisis de la juventud occidental contemporánea a quien se la trata habitualmente, sobre todo en Hollywood, con tanta pleitesía por ser la principal fuente de ingresos del sector audiovisual. La serie analiza las carencias de los adolescentes, especialmente en el plano afectivo-emocional, enfatizado por la ausencia de los padres en toda la temporada (incluso el propio Kevin no tiene padres vivos), remarcando la soledad a la que parecen condenadas las nuevas generaciones en pos del "progreso económico" y la productividad. Se observa también una progresiva mercantilización en las relaciones de los personajes entre sí, fruto del modelo socioeconómico imperante.
El resultado sin ser brillante, si es original y necesario.
Recomendado para todos los chavales entre 13 y 25 años.
Max Power
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