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La legión invencible

Western Las tribus indias planean unirse para una guerra total contra los blancos. Brittles, un veterano capitán de caballería, recibe la orden de evitar las concentraciones de indios, al tiempo que debe escoltar a la esposa y a la sobrina de su comandante. Además, ha de impedir que un traficante venda una partida de armas a los indios. Esta triple misión será la última del capitán antes de su jubilación. (FILMAFFINITY)
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Críticas 46
Críticas ordenadas por utilidad
12 de septiembre de 2005
86 de 93 usuarios han encontrado esta crítica útil
Segunda película de la "Trilogía de la Caballería", de Ford. El título original está tomado de la segunda estrofa del himno que acompaña los créditos iniciales. Obtuvo el Oscar a la mejor fotografía en color.

La acción se sitúa en 1876, unos meses después de la derrota de Custer, en territorio castigado por los indios. Narra la historia de los seis últimos días de vida militar del capitán Nathan Brittles (John Wayne), que realiza su último servicio: conducir a Soudros Weels a la esposa y sobrina Olivia (Joanne Dru) del mayor Mac Allshard (George O'Brien). En el viaje será testigo de la muerte del vendedor de rifles a los indios. Además, tratará de alcanzar el tercer objetivo de su misión.

La obra constituye un homenaje a la caballería, a la importancia de su misión en la creación del país, a los enormes sacrificios asumidos por sus hombres. El protagonista encarna las virtudes del cuerpo: lucha sin tregua, planea las acciones con inteligencia, las ejecuta con precisión, vela por la seguridad de los hombres y practica la constancia hasta sumar 40 años de servicio. Pese a su fuerza, es un ser humano que lleva en el alma el desgarrro de la pérdida de su mujer e hijos, cuya sepultura visita con frecuencia. La próxima jubilación será su último calvario: fuera del batallón no tiene nada. La obra combina momentos épicos (salida del batallón del fuerte, dispersión de los indios, galopadas de Ben Johnson), humorísticos (roces de Flint y Pennell, lo que dice y hace el sargento Quincannon, borrachín y pendenciero) y líricos (visitas del capitán al camposanto). El homenaje a la caballería incluye una apuesta clara por la paz. "Somos viejos para hacer la guerra, pero podemos impedirla", dice Brittles a Caballo Loco.

La fotografía, en la que Ford puso especial interés, aporta una narración visual deliciosa, ambientada en "Monument Walley". Ofrece unos celajes magníficos, escenas de acción muy bien construídas y un dibujo bellísimo. Cada fotograma parece un cuadro extraído del museo de Frederic Remington, afamado pintor americano del XIX, inspirador de la estética del film. La dirección de la fotografía corrió a cargo de Winton Hoch ("Centauros del desierto"). La música exalta la acción con solemnidad, aporta himnos militares interpretados a coro, melodías suaves (soledad) y festivas (bailes). El guión se basa en el relato "War Party" de James Warner Bellah. La soberbia interpretación de John Wayne, envejecido y encanecido por exigencias del personaje, es una de las mejores de su filmografía. La dirección demuestra sabiduría en el movimiento de actores y en la fluidez de una narración que traspira humanismo.

La película es un antológico western clásico: el que mejor aprovecha las imágenes de las resevas de Utah.
Miquel
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19 de enero de 2007
63 de 67 usuarios han encontrado esta crítica útil
Veo que hay críticas contradictorias sobre "La legión invencible". Y no me extraña, porque la primera vez que vi esta película me pareció pesada e insufrible. Sin embargo, gracias a la lectura del libro de Scott Eyman “John Ford. Filmografía completa”, publicado por la Editorial Taschen, empecé a descubrir las virtudes de esta película y la forma en que había que verla.
Según Scott Eyman, "La legión invencible" es una acumulación de viñetas, algunas de ellas bellísimas. Y es una de las películas más coloristas de Ford, con lo que éste suple un guión poco cohesionado.
Cuando vi por segunda vez esta cinta, pensando que era básicamente una balada lírica -como dice Eyman-, empecé a disfrutar con la fotografía maravillosa de Winton Hoch, con escenas tan memorables y reconocidas como la de la tormenta o la del entierro con la bandera de la Confederación, y con esa narración sencilla que preside las películas de Ford.
Podríamos decir que esta película es poesía, y como tal hay que entenderla. Ha dicho Javier Coma, gran estudioso de la obra de Ford, en su libro “La gran caravana del western”, que esta cinta es el vértice artístico de la llamada Trilogía de la Caballería.
El objetivo de esta crítica era simplemente mostrar que se puede amar esta película, pero para ello hay que entender que no es un western de acción, sino un poema que muestra con melancolía los últimos días del capitán Nathan Brittles, fijándose con sencillez en la vida cotidiana del ejército.
Decía un amigo mío, gran entendido en estas artes cinematográficas, que "La legión invencible" es una película fordiana por excelencia. Los amantes de Ford estarán totalmente de acuerdo, y disfrutarán con esa forma de dirigir irrepetible que tenía el gran maestro.
Capítulo aparte merece la interpretación de John Wayne que, a mi entender, es una de las mejores de toda su carrera. No tiene sentido, por otro lado, discutir aquí si John Wayne fue o no un gran actor. Pero, en su defensa, diré que a mí me lo parece, y así lo entendieron grandísimos directores como Ford, Hawks, Walsh... Hasta el mismo James Stewart, al que algunos comparan con Wayne para rebajar a éste, dijo que creía que Wayne había sido un actor minusvalorado y que su interpretación de Ethan Edwards en "Centauros del desierto" había sido una de las más grandes de la historia.
Triplets
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30 de agosto de 2006
35 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dentro de lo que se conoce como la trilogía de John Ford sobre la caballería, "La legión invencible" siempre ha tenido peor prensa en España y en Europa que las otras dos, cosa que no ocurre así en Estados Unidos. Lo cuál comparto plenamente ya que es muy superior a "Río Grande" y tiene poco que envidiar a "Fort Apache".
En "La legión invencible", vemos el cine de Ford en estado puro.
La película cuenta con la "gran familia" de Ford, ya que así consideraba que un film salía adelante, con su grupo de guionistas (Nugent y Bellah son un lujo), compositores, fotógrafos, actores (extraordinario McLaglen), toda gente de confianza, tal y como sucede con la camaradería del ejército.
Un capítulo especial para John Wayne (¿Cómo sigue habiendo gente que dice que es un pésimo actor?) que hace un papel estratosférico, y está entre los tres mejores de su vida sin duda.
La fotografía, ganadora del Oscar, es de Winton Hoch, un habitual de Ford, que consigue probablemente algunas de las imágenes más bellas (mucho más que en "Centauros del desierto") que se han rodado estéticamente en los westerns.
Además es el comienzo de un subgénero dentro de las películas del oeste, como es el llamado “western crepuscular”, que queda inaugurado con esta maravillosa película y que se haría muy popular en la década de los sesenta y sobre todo setenta.
La banda sonora, excelente, Richard Hageman sabe lo que se hace sin lugar a dudas.
Lo más flojo, la historia de amor (Joanne Dru no me convence), a veces prescindible otras poco creíble y el tratamiento a los indios demasiado planos y secundarios, aunque es verdad que no les tocaba en esta película ser protagonistas.
En definitiva sin ser yo un fordiano, hay que reconocer que este hombre sabía rodar como nadie un caballo a galope, una pelea con sentido del humor o una escena conmovedora y bella como la de Wayne hablando con la tumba de su esposa.
Muy buena.


Nota: 8,7
vircenguetorix
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31 de enero de 2007
35 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
El capitán Nathan Brittles está abatido. No de un disparo, no; es que se retira del ejército y mira hacia atrás con nostalgia y con tristeza (su mujer está muerta y enterrada) porque el futuro, escaso, es de pura soledad (no tiene hijos, su única familia es la que vive en el fuerte).

John Ford no priva a esta película de su mirada mitómana, en este caso, en torno al ejército de caballería pero en cada plano, incluso en los más dinámicos, predomina la mirada afligida del capitán. Una mirada de viejo que juzga la vida como algo breve, que se escapa en un abrir y cerrar de ojos. Una película para quienes aprecien las películas de personajes con sentimientos verdaderos y palpables.
Kick'Em Ars
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23 de mayo de 2010
30 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
Amigos, siento mucho romperos el corazón, pero alguien tiene que abriros los ojos: la abeja Maya no existe. No sólo es falso que las abejas hablen, tengan pelo (y no digamos escarolados ricitos amarillos), vayan a la escuela y jueguen con saltamontes o moscas con antiparras, sino que el país multicolor de Maya, sus flores, sus colmenas, sus hermosas y bucólicas charcas, lejos de representar fielmente la realidad, no es más que un decorado torpemente pintarrajeado sobre un papel. Más todavía: las arañas, por si no lo sabíais, ni se cubren la cabeza con un pañuelo ni tocan el violín. Sé que es duro admitirlo, pero pensé que teníais que saberlo.

Siento que debo unirme a esas almas nobles y desinteresadas que abundan por aquí, siempre dispuestas a denunciar tergiversaciones, héroes de la fidelidad al rigor histórico, que viven convencidos de que el cine debe ser un espejo de la vida y no un artificio artístico más o menos logrado. Me uno a los lúcidos y los idealistas, a los que guían a la masa ciega y aborregada hacia la verdad. Sabedlo, hermanos: los piratas no eran como Errol Flynn, El Cid era un fascista y un intolerante, Marco Antonio (según las últimas investigaciones) nunca tuvo la cara de Marlon Brando. Todo eso es falso.

Fijaos en el western, ese vehículo del imperialismo que justifica la expulsión de los indígenas americanos de las tierras que tanto les había costado a sus antepasados arrebatar a los pueblos rivales. Qué asco nos da este género a los dueños del secreto. Como todo el mundo sabe, la vida entre los nativos, hasta la llegada del invasor blanco, era dulce y descansada, tanto en el norte como en el sur de América, donde los desconsiderados españoles acabaron salvajemente con culturas como la maya, la azteca o la caribe, con el amor con que habían conquistado y esclavizado a sus vecinos, con lo entretenidos y pintorescos que eran sus sacrificios humanos, con lo ricas que estaban las carnes de sus enemigos. Es cierto que no fueron los españoles quienes en pleno siglo XX les mantuvieron esclavizados en minas, fincas o caucherías, pero no nos desviemos del tema: de lo que estábamos hablando era de disparar a los ojos del cadáver de John Ford.

(¡Ah, por cierto! “La legión invencible” no es una de las mejores pelis de Ford. Es cierto que su fotografía es maravillosa, que John Wayne ofrece una de sus mejores y más conmovedoras interpretaciones, que reflexiona acerca del paso del tiempo, la vejez o la muerte, que destila tristeza y melancolía, que su ritmo pausado encaja como un guante con su aire crepuscular, con su olor a cenizas y derrota, que bastaría para justificar la carrera de cualquier pelacañas más fiel que él a los hechos históricos. Pero hablamos de John Ford, poco menos que el inventor del cine tal y como lo conocemos, aunque esa es una opinión acerca de su grandeza artística que a los puros de corazón, los justicieros, los que empuñamos pedruscos por estar libres de culpa nos importa un par de rábanos. Como mucho.)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Normelvis Bates
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