Antes que nada conviene decir una cosa que ya ha dicho casi todo el mundo, pero que sin embargo es imprescindible señalar al hablar de esta película: dura tres horas y cuarto, que son casi cuatro episodios de Breaking Bad, y a solo 28 minutos de míticos mastodontes inacabables como Ben Hur, por ejemplo. Solo que en Ben Hur había un descanso en medio de la peli durante el cual podías ir al bar o al lavabo, para volver luego con ánimos renovados a ver como acababa una peli “más grande que la vida” y que además tenía de todo: escenas de amor, de acción, batallas marítimas, dramáticas… (y si la veías en casa, te daba para ir al lavabo unas cuantas veces a lo largo de la larga tarde y tomarte una buena merienda entre medio). Sueño de invierno, en cambio, se compone de unos pocos personajes y escenarios –bellísimos, eso sí- y además carece prácticamente de acción. Y sin embargo es una película excepcional que no aburre a pesar de su ritmo lento (si uno la ve con la actitud y receptividad adecuadas, se entiende; los devotos de Transfomers u otros epilépticos blockbusters por el estilo mejor que se abstengan si no quieren sufrir tremendamente). Una película cuya claustrofóbica profundidad y sutileza psicológica podría emparentarla con el cine de maestros como Bergman; o si atendemos a la desmesurada extensión de su minucioso naturalismo, con una película como la Bella Mentirosa de Jaques Rivette. Así que para el que no la haya visto, recomiendo verla en casa tranquilamente, y si es necesario durante dos sesiones y en días sucesivos (como fue mi caso, se me hizo la una de la noche, estaba cansado y dejé la última media hora para el día siguiente). No os arrepentiréis: esta película logra transmitir el inaprensible aroma de lo real con pasmosa naturalidad y hondura.