Diario de un Rebelde podría ser perfectamente una adaptación más de alguna de las novelas/documentos biográficos de Bret Easton Ellis. Lo que la diferencia de éstas es la provenencia de sus protagonistas (en las novelas del autor de American Psycho, la clase alta de Estados Unidos queda retratada en función de sus grandes taras, y aquí lo hace la más humilde), pero el mensaje, anclado aún en la revulsiva Generación X, está claro: el mundo, las nuevas generaciones, están perdidas.

Este canto al desencanto planea por toda la cinta. Pese a las sutiles lecciones morales de su final, el estilo poético y narcótico de sus palabras producen la misma clase de sensaciones que las películas/novelas de Ellis: un torrente de desasosiego narrado en primera persona hacia los abismos de la drogradicción, lo sórdido, y lo que está perdido.

Diario de un Rebelde es sobre todo famosa por la presencia de su protagonista, Leonardo Di Caprio, que un par de años antes había sido la revelación (con ¿A quién ama Gilbert Grape?), y que en esta cinta confirmó su talento (aunque no se le reconocería mundialmente hasta casi una década después). Su interpretación es, quedándonos cortos, extraordinaria, y lo mejor de la película. Partiendo de un material basado en hechos reales, el actor alimenta su creatividad con una composición amarga y furiosa, que es capaz de llevar de la mano al espectador desde la inocencia de una juventud cualquiera hasta los más bajos fondos de una ciudad oscura y de una existencia tirada al traste. Su paseo por la vida y la muerte está claro en una desgarrada interpretación que es un verdadero portento de fuerza, emotividad y comprensión hacia los aciagos temas de los que trata la cinta.

Y su cuerpo, a su vez, cuenta la misma historia, de una manera soslayada y profunda. La juventud perdida. La ilusión perdida. La amistad perdida. Pese a que el director no llegue a aprovechar todo lo que el actor le ofrece, Diario de un Rebelde consigue revelarnos los claroscuros de sus adicciones, todo lo que se perdió y jamás quedará en el olvido. El amargo deseo de conseguir algo y verse impedido por los propios errores que cometemos.