Si algo ha quedado claro sobre el cine del mexicano Guillermo del Toro, tras haber dirigido diez largometrajes (la mayoría de ellos producidos por Hollywood y tan sólo uno realizado en su país, además de dos en España), es el innegablemente creativo imaginario visual que posee este tan irregular como talentoso cineasta, cuya desbordante imaginación está plagada de monstruos y criaturas extrañas, que ha sabido plasmar en la gran pantalla con mayor (El laberinto del fauno) o menor (Blade, Hellboy) fortuna.

Este año, coincidiendo con su redonda cifra de largos dirigidos, nos ha ofrecido su mejor obra, cuya multitud de referencias y guiños a su universo mental no es óbice para reconocer la buena elaboración de la receta, que también hay que saber hacer bien las cosas cuando se juega con imágenes, criaturas y relatos ya conocidos. Y Del Toro lo hace en esta ocasión muy satisfactoriamente.

'La forma del agua' es un cuento; una en ocasiones sórdida y negra, pero al mismo tiempo bonita fábula, con todas las licencias que conllevan este tipo de relatos, y así hay que tomarla, sin caer en absurdas acusaciones como la del maniqueismo, como si los cuentos por definición no tuvieran sus moralejas, sus villanos malísimos sin apenas matices, sus héroes y heroínas, su espíritu fantasioso...

Y su orondo creador acierta a su vez al trasladar este insólito y "zoofílico" romance a la Guerra Fría, un escenario histórico que funciona a la perfección como trasfondo de una historia muchas veces vista pero no tantas tan espléndidamente escenificada.

La bella y la bestia + E.T. + Amelie + La criatura del pantano, etc... = La forma del agua. Fórmula conseguida, wey.