Con ciertas películas largas pasa como con los vendedores. Tienen éxito más por insistencia que por talento. Al final compras la burra para quitarte el plasta de encima. Eso sí, una vez comprada nunca reconocerás que no vale un pimiento. Ande o no ande, caballo grande.

Este trasunto de los Siete Enanitos, que no tienen casa donde descansar, al rescate de Los Pitufos hambrientos, con demagogia incluida, sirve para entretenerte localizando a: el Enanito Sabio, con su sabiduría a la japonesa, o sea soltando obviedades; al Enanito Gruñón, interpretado por el sempiterno Tóchino Meconfunde; a Papá Pitufo; a Pitufina; a Gargamel; etcétera. Para poco más. Los japos nunca han sido muy originales, lo copian todo como todo el mundo sabe... menos los cinéfilos.

Eso hasta que llegan las batallitas con la banda de Gargamel y sus Azraeles. Lo más gracioso es que tras un par de escaramuzas a la tercera el Enanito Sabio suelta algo así como: bueno, ésta es la refinitiva eh, lo de antes no cuenta, da igual el marcador, quien meta el gol ahora gana el partido. Jajaja como los niños. En fin, que las batallitas son una mierda pinchada en una katana.

Dicen que tiene toques de humor, pero yo sólo lo he visto en la banda sonora, que es un pasodoble fúnebre, y en la cancioncita final: una especie de jota nipona.

Y no digo más, que las críticas largas son muchas veces también como los vendedores de burras.