Como dijo John Ford, nunca ruedes una escena triste hasta convertirla en sensiblera, dale el punto exacto de ternura con un punto cómico. Appatow y sus chicos lo pillan a la perfección, y por ello nos presenta una desmadrada galería de personajes secundarios a cada cual más reconocible y bufonesco. Desde la estrella de rock con conciencia social y y dudas existencialistas hasta la pareja de religiosos que le tienen miedo al sexo pero que terminan pasándolo en grande, pasando por el gurú fumeta que realmente no sabe ni de lo que habla o la chica sensible que quiere liberar de su opresión al protagonista. A través de esa creación de clichés, el objetivo está claro, y Segel y Stoller parecen querer despertar a los americanos de su maravilloso mundo previsible, ese donde todo está tan fotocopiado que la gente termina asumiéndolo como lo normal. Mención especial merece Russel Brand, quien se ríe de si mismo interpretando aquí al altivo y espiritualista rockero Aldous Snow, que ve el sexo como el centro de una relación para darse cuenta de que, al final, es lo único que termina teniendo con las mujeres, polvo tras polvo sin importar los sentimientos. Sin embargo, el gran trabajo del cómico inglés acaba haciendo que nos encariñeños de una forma asombrosa con este repulsivo personaje. Como siempre digo, es como Burton, pues trata a personajes tan absurdos y ridículos de una manera tan cariñosa que tienes que quererlos.

La búsqueda de la madurez y ese proceso de aprendizaje colectivo es aquello que marca la diferencia con todas las películas de este corte. Adulta y tan profunda como su absurdo y su incorrección política le permiten ser, Paso de ti es una de las películas que mejor maneja los sentimientos y que pocas veces cae en lo vulgar, retratando de una manera absolutamente certera lo absurdo que es el amor. Quien ha estado enamorado sabrá reconocerse perfectamente en algunas situaciones. Las miradas entre Segel y Mila Kunis, los gestos... todo ello que solemos hacer cuando estamos con la persona que queremos. Stoller logra filmar lo intangible, el amor, absolutamente cursi, pero no un cursi pasteloso como George Lucas suele hacer, si no un cursi profundamente emotivo porque es tan real como la vida misma. Cierto que hay mensajes y metáforas un tanto obvias, alguna escena que no aporta nada y el final sea excesivamente tontito y pegue poco con lo anterior de la cinta (me refiero a cómo se produce, no a qué se produce), pero nada de ello importa cuando te acaban de hablar de amor de una forma sincera y veraz y, honestamente después de verle el pajarito a Jason Segel o muchas escenas idílicas en Hawai, te lo crees a pies juntillas. Y, lo mejor de todo, no paras de reírte, pues resulta difícil ver hoy en día una comedia donde cada gag funcione como se suele decir como un mecanismo de relojería, y cada uno encaja con su respectiva escena como un guante, porque la vida, como Drácula, es una gran comedia, sólo necesitamos a alguien que nos lo haga ver.