Apabullante espectáculo de puesta en escena para una historia que, si lo piensas, no es nada del otro jueves. Un niño presencia como su padre, rey de un clan vikingo, es asesinado por el hermano de este. Años después, no nos dicen cuantos, regresará infiltrado como esclavo para tomarse venganza.

Resalto lo de "años después" porque en la propia película no se concreta. El crío del principio tiene unos diez años pero Alexander Skargaard tiene cuarenta y cinco. ¿Han pasado treinta y cinco años? pongamos que nuestro prota pasa por tener diez menos, vale, pero el personaje de su madre ¡está igual! Ya se que los pasos por el quirófano han dejado a Nicole Kidman (que tiene cincuenta y cuatro) con cara de estatua de mármol, pero un poco de esfuerzo de caracterización tampoco hubiera sobrado. Es que ni canas le pintan. ¿Un error de casting?

Volviendo al principio, el diseño de producción es portentoso, completamente inmersivo. Se palpa el salvajismo de la época, aunque se rehuye mostrar más violencia de la debida. Pero lo que más me chirría son los diálogos, que a veces llegan incluso a lo cursi, algo inaudito en un contexto como el que nos muestran. Sobre la historia, lo dicho, poco original, el plotwist de la madre es que ni llega a sorprender. Luego se sugiere la intervención de elementos más o menos fantásticos o mágicos pero no queda clara su función y nos preguntamos si no hubiera sido mejor obviarlos. Como esa pelea final entre los ríos de lava, sin que los vapores tóxicos afecten a los contendientes, en una búsqueda descarada de la poesía visual por encima de la congruencia narrativa. Una vez termina no me veo sacudido ni perturbado, cuando parecía una obra destinada a ello. Gran experiencia visual que no cuaja de igual forma en el resto de aspectos.