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Hermione Granger rating:
8
6.7
29,547
Drama
Steven Soderbergh explodes onto the scene with this provocative, intelligent drama about infidelity and voyeurism. Ann Milaney (Andie MacDowell) lives in a comfortable Louisiana home with her lawyer husband, John (Peter Gallagher). She spends her days fretting over the insurmountable problems of the world and her own unfocused sense of melancholy. Although she doesn't know it, she has a good reason to be upset: John is having a torrid ... [+]
Language of the review:
- es
May 20, 2008
86 of 93 users found this review helpful
¿Hay algo de transgresor en el hecho de contarle a una cámara de vídeo tu sexualidad más recóndita?
SPOILER ALERT: The rest of this review may contain important storyline details.
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Spoiler:
Soderbergh así lo cree y en esta cinta consigue que también lo pensemos nosotros. Ningún personaje es lo que parece ser. Los vamos descubriendo a medida que ellos se descubren a sí mismos. Pequeños detalles operan esas transformaciones: un cambio de vestuario, de luz, de plano. Sutilezas muy bien utilizadas por el director.
La primera vez que Andy Mc Dowell va de visita a casa de Graham, el amigo misterioso, lleva un vestido que sólo le llega a la rodilla, en lugar de las faldas monjiles con las que aparecía hasta ese momento; el marido, el abogado ambicioso, se nos muestra en su despacho de traje claro con pajarita, asombrosamente ridículo, en una de las escenas finales; la camisa invariablemente negra de James Spader nos hace pensar sin querer en un paralelismo religioso: el sacerdote, la confesión... hasta las hermanas tienen un apellido que no da lugar a dudas: Bishop, “obispo” en inglés.
¿Por qué la terapia de Ann resulta en apariencia inútil, descafeinada? Porque todo lo que cuenta se lo está relatando al terapeuta calvo, que le recibe con su misma cara de terapeuta cada semana, en una consulta irreal a la que solo le falta la tacita de té y la labor de ganchillo. La única vez que ella cuenta con total sinceridad algo de sí, esas cosas que uno solo saca de sus abismos, lo hace frente a la cámara de video de Graham, y no creo que sea porque él escucha, sino porque está hablando consigo misma. Por primera vez parece ponerse ante un espejo, explorar, buscar. Esa es la verdadera terapia, por ahí atisba uno la posibilidad de concerse. Y lo paradójico es que quien está presente es prácticamente un extraño, una sombra tras la cámara, que jamás contará aquello que oye. Lo guardará como un secreto de confesión, para disfrute y meditación personal.
El hecho mismo de grabarlo da trascendencia a cada palabra. Ambas hermanas realizan una exhibición ante la cámara (desvelan su cuerpo, en un caso, su alma, en el otro). Dos caras de una misma moneda. Quizá cada personaje es eso, un aspecto de una personalidad completa e idealizada, escisiones muy esquemáticas de un ser más complejo que reuniría en sí la espiritualidad de Graham, los temores y represiones sexuales de Ann, el apasionamiento y el complejo de inferioridad de Cynthia y la ambición y la indecisión de John, que ve por primera vez desnuda a su mujer, simbólicamente hablando, la noche en la que escucha la grabación en casa de su extraño amigo. Ahí asistimos a una elipsis maravillosa en la que se adivina una escena de sexo que no nos es desvelada.
Como pasa muchas veces, al final es tan importante lo que se cuenta como lo que solo se deja imaginar.
La primera vez que Andy Mc Dowell va de visita a casa de Graham, el amigo misterioso, lleva un vestido que sólo le llega a la rodilla, en lugar de las faldas monjiles con las que aparecía hasta ese momento; el marido, el abogado ambicioso, se nos muestra en su despacho de traje claro con pajarita, asombrosamente ridículo, en una de las escenas finales; la camisa invariablemente negra de James Spader nos hace pensar sin querer en un paralelismo religioso: el sacerdote, la confesión... hasta las hermanas tienen un apellido que no da lugar a dudas: Bishop, “obispo” en inglés.
¿Por qué la terapia de Ann resulta en apariencia inútil, descafeinada? Porque todo lo que cuenta se lo está relatando al terapeuta calvo, que le recibe con su misma cara de terapeuta cada semana, en una consulta irreal a la que solo le falta la tacita de té y la labor de ganchillo. La única vez que ella cuenta con total sinceridad algo de sí, esas cosas que uno solo saca de sus abismos, lo hace frente a la cámara de video de Graham, y no creo que sea porque él escucha, sino porque está hablando consigo misma. Por primera vez parece ponerse ante un espejo, explorar, buscar. Esa es la verdadera terapia, por ahí atisba uno la posibilidad de concerse. Y lo paradójico es que quien está presente es prácticamente un extraño, una sombra tras la cámara, que jamás contará aquello que oye. Lo guardará como un secreto de confesión, para disfrute y meditación personal.
El hecho mismo de grabarlo da trascendencia a cada palabra. Ambas hermanas realizan una exhibición ante la cámara (desvelan su cuerpo, en un caso, su alma, en el otro). Dos caras de una misma moneda. Quizá cada personaje es eso, un aspecto de una personalidad completa e idealizada, escisiones muy esquemáticas de un ser más complejo que reuniría en sí la espiritualidad de Graham, los temores y represiones sexuales de Ann, el apasionamiento y el complejo de inferioridad de Cynthia y la ambición y la indecisión de John, que ve por primera vez desnuda a su mujer, simbólicamente hablando, la noche en la que escucha la grabación en casa de su extraño amigo. Ahí asistimos a una elipsis maravillosa en la que se adivina una escena de sexo que no nos es desvelada.
Como pasa muchas veces, al final es tan importante lo que se cuenta como lo que solo se deja imaginar.