Me acerco a esta película con la ilusion del incipiente cinéfilo que se presta a disfrutar de una de las primeras obras del maestro Kubrick, rodada además en la que, según mi corta experiencia como espectador, es una de las épocas gloriosas del cine. Además, la encuentro rulando por la red, con lo que vuelvo a recuperar la esperanza en que aún no se ha cerrado completamente la posibilidad de poder escoger lo que quiero ver, sin tener que estar una hora dando vueltas en el videoclub para, al final, rendirme ante otra mediocridad. Y preparo el rito semanal reservado a las grandes obras...Cenita temprano, consulta de una breve sinopsis con mi mujer, para intentar que no vuelva a sucumbir al sueño, desconexión de los teléfonos (triste plural)..., y a disfrutar.
Y siento confesar, al final de esta liturgia, que es siempre esta reflexión compartida, que no me ha terminado de llenar la película. Cierto es que el puzzle que se nos anuncia ya desde el primer monólogo en off, está medido al milímetro. La manera de contar la historia, despreciando lo que hubiera sido una vulgar secuencia lineal de los acontecimientos para presentarnos una mezcla de retazos en el tiempo que tendremos que ir zuciendo con nuestra imaginación, me parece fascinante. Quizá estemos, quién sabe, ante una de las fuentes de las que bebe el mejor Taratino, aunque, según creo haber leído, él confiesa ser más de charcos. ¿No os recuerda la película a Reservoir Dogs?
Pero, a mi manera de ver, toda la trama se estropea al final, y la estropea su absurdo final.
Con todo, lo que me parece que lo aleja mucho de ser una obra maestra es el vacío de su contenido, que justifica mi sensación de falta de plenitud tras su visionado. Con unos personajes no del todo bien definidos, en los que no se ahonda más en su personalidad que lo estrictamente necesario. Cierto es que el personaje del cajero y su novia, son una excepción, pero sólo por que su relación tonto-femme fattale, es parte fundamental en los acontecimientos, pero, a años luz de lo más parecido a la perfección de contarnos este tipo de historias tan tristes del puteado, a la que llegó Fritz Lang en "Perversidad". Estamos pues ante una historia entretenida, muy bien contada, pero que no nos deja ningún poso de reflexión, ningún personaje que despierte en nosotros emociones profundas, ninguna risa, sonrisa o lágrima...
En definitiva, una película entretenida y muy bien hecha, ni más, ni menos. La decepción es sólo consecuencia de las altas expectativas.