La gran Belleza ya fue un ejercicio de pretenciosidad neobarroca para reflejar un punto de vista pseudointelectualoide de la existencia, a través de las vidas de unos personajes poco verosímiles que pertenecían a las clases altas de la sociedad.

Con "La Juventud" Sorrentino se empeña una vez más en hablarnos de la vejez, utilizando la unidad de espacio (El balneario donde Thomas Mann escribió "La montaña Mágica") y usando de nuevo a unos poco creíbles personajes en la decadencia de sus vidas, pero a los que les va muy bien con masajes diarios, buenas comidas, y absoluto descanso dentro del marco incomplarable de los alpes suizos. De nuevo un paisaje forzado que invita al diálogo afectado, a las frases hechas, a los discursos manidos, a la verdad impostada.

Las intervenciones de dos grandes como Caine y Keitel no sirven para rescatarnos del tostón. La elección del cartel de la película, así como la secuencia en la que aparece la imagen, nos indica la verdadera esencia intelectual del amigo Paolo.

Este "viejoven" de Sorrentino, cuando se haga mayor y vuelva a ver estas películas, se avergonzará de haberlas hecho. Si no fuera así, sería claro síntoma de haber envejecido muy mal.