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Spain Spain · Valencia
Carorpar rating:
1
Horror. Mystery After being complicit in a costume joke that ends in a fatal accident and a pact of silence, a group of young people will be threatened by an anonymous writer who wants to reveal his dark secret. Their stalker threatens to post a bloody horror novel based on them on social media. Each chapter one of them will die. While distrusting each other, the group will begin a fight for survival in the middle of the university campus. Any one of ... [+]
Language of the review:
  • es
September 3, 2023
7 of 7 users found this review helpful
Transcurridos cinco minutos de «El club de los lectores criminales», llego a la conclusión de que estoy ante una bazofia de proporciones considerables. Con el paso del metraje —hora y media, al menos la tortura no dura demasiado—, colijo que seguramente se trate de la peor película que he visto en mi vida, lo cual no deja de tener su miga, habida cuenta de los excrementos audiovisuales a los que gusto de exponerme.
Una segunda reflexión me asalta entre asesinatos —que no se diga que el film de Carlos Alonso no da que pensar—. «El club de los lectores criminales» adapta un libro que, me figuro, no será mucho mejor —novela y guion llevan la firma del mismo individuo, Carlos García Miranda— y que, sin embargo, debe de haber tenido una cuota reseñable de lectores como para que Netflix haya decidido adaptarla. Moraleja: casi es preferible que los chavales no lean.
Los protagonistas de este horror —que no terror— sin paliativos diríanse salidos de un catálogo de estereotipos «centennial»; de hecho, uno de los nefandos intérpretes, de nombre Hamza Zaidi, además de creerse actor, es youtuber, rapero, tiktoker e instagrammer. Un hombre del renacimiento, vamos. Sólo le falta el talento. El coeficiente intelectual que manifiestan todos sin excepción lleva a plantearse si no habremos bajado demasiado el listón de la EBAU; porque, aunque parezcan repetidores de FP Básica, son alumnos de la Universidad de Alcalá.
Tipos que se quieren escritores y no harían concordar sujeto y predicado ni con ChatGPT. Claro, que no abren un libro en 90 minutos —ni en los, a priori, cuatro años de grado—. Muy de nuestros días también: «soy analfabeto funcional, pero tengo derecho a inscribir mi nombre con letras de oro —y faltas de ortografía— en la historia de la literatura universal». ¿Cómo esperar, encima, que no se hagan matar de los modos más estúpidos posibles? Una constante en el subgénero radica en que, de entre las infinitas opciones disponibles, los personajes suelen escoger las menos indicadas para la supervivencia; pero esta cáfila de cenutrios abunda en tal tópico hasta poner al espectador de parte del payaso psicópata: el mundo estará mejor sin ellos, liquídalos antes de que se reproduzcan.
Dos de los (nada) perspicaces siete mancebos caen en la misma trampa. Otros dos decesos se replican con una hora de diferencia y una estatua de don Quijote devenida bizarra arma homicida. Hay otro par de cadáveres que, directamente, ni se molestan en motivar. Tamaña falta de ideas tenía fácil arreglo, hubiera bastado un vistacillo a la gozosamente tonta «1000 maneras de morir» («1000 Ways to Die», 2008-Actualidad) para inspirarse. Pues no, ni eso.
Por si lo dicho no fuera suficiente, tenemos al catedrático endiosado y abusador de (presuntas) alumnas brillantes y el desenlace constituye un ejemplo particularmente locuaz del «síndrome del asesino parlanchín» acuñado en su día por Roger Ebert. Y aún hay quien la compara con «Tesis» (1996). Ahí sí que he estado a punto de perder el control de mis esfínteres, pero de risa. Al lado de «El club de los lectores criminales», bodrios del calibre de «El arte de morir» (2000) y «Tuno negro» (2001) se antojan obras maestras.
A nivel de peinados, tintes, «outfits», «piercings» y demás complementos, muy bien. No se me acuse de negatividad tóxica.
Carorpar
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