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MTC rating:
6
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6.8
1,905
Language of the review:
- es
August 14, 2010
4 of 4 users found this review helpful
Como en otras películas de Egoyan, en El viaje... las víctimas son espacios de confluencia donde recalan los personajes cargados de odio, controlados remotamente por fobias y pulsiones que los sobrepasan (la xenofobia del padre, las filias desorientadas de las madres del soldado y del asesino, la fe irracional de la predicadora). La elegida en este caso es Felicia, una muchacha convenientemente sin atributos y con una ingenuidad que solo cede ante el desconcierto. La película muestra sus mejores credenciales al acercarse a este delicado personaje, en el logro parcial de su fragilidad.
La vemos recibiendo falsas promesas de amor, consejos despóticos, evasivas siniestras. Frente a ello, pese a su zozobra inicial, decide afirmar su individualidad a través de un riesgo, un viaje que recrea su vacío: viaja sola y casi hacia ninguna parte.
La vemos recibiendo falsas promesas de amor, consejos despóticos, evasivas siniestras. Frente a ello, pese a su zozobra inicial, decide afirmar su individualidad a través de un riesgo, un viaje que recrea su vacío: viaja sola y casi hacia ninguna parte.
SPOILER ALERT: The rest of this review may contain important storyline details.
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Spoiler:
La nueva geografía la aguarda con más de lo mismo. De hecho, la aguarda con un lugar por mucho tiempo dispuesto: el rol de la prostituta adolescente y madre soltera, que no es otro que el lugar de su desesperación: un lugar tan justo que posee su propia sentencia. Y especifico que el lugar la aguarda porque hay una repetición inherente en el viaje, que le exige afirmarse nuevamente como individuo. Donde ella estuvo estuvieron antes Beth, Elsie, Sharon, Gay, Bobbi, Jakki, Samantha,... Una tras otra fueron lo que estaba previsto que fueran.
Felicia no.
En ese sentido, El viaje... es una película optimista, deja espacio para pensar en la libertad y en una redención a través de ella. Porque Felicia lo hace, se vuelve a afirmar como individuo en un acto que, por su incipiencia, no la termina de describir (turbada, gira la cabeza y escapa cuando la confunden con una trabajadora de la calle), pero es un nuevo punto de partida, esta vez hacia la salvación de su vida.
Felicia, así, logra definirse aunque sea por negación. Al final no sabemos mucho sobre esta simple muchacha de campo fuera de que no encaja donde han intentado colocarla: no es una hija sumisa, no es una enamorada fantasiosa, no es una ladrona, no es una prostituta. Egoyan nos entrega un puñado de vacíos que se desvive por decir presente. Sobrevive a la amenaza de la muerte. Lo que queda sigue siendo incierto fuera de la posibilidad abierta.
Su polo negativo, el asesino sobriamente interpretado por Bob Hoskins, está embarcado en la misma empresa, la tarea de ser y ser libre (aunque su vida haya sido una sistemática negación de ello). También sale airoso, aunque por los aires. Su derrotero es un contrapunto sutil y preciso del viaje de Felicia. Eso por logrados momentos en los que felizmente se eluden las explicaciones. En otras ocasiones, a Egoyan lo gana cierto patetismo, ciertos estilemas que uno espera sobre todo en los biopics de asesinos en serie y no en una película que, por algunas de sus premisas, se presume profundamente ética y política.
Felicia no.
En ese sentido, El viaje... es una película optimista, deja espacio para pensar en la libertad y en una redención a través de ella. Porque Felicia lo hace, se vuelve a afirmar como individuo en un acto que, por su incipiencia, no la termina de describir (turbada, gira la cabeza y escapa cuando la confunden con una trabajadora de la calle), pero es un nuevo punto de partida, esta vez hacia la salvación de su vida.
Felicia, así, logra definirse aunque sea por negación. Al final no sabemos mucho sobre esta simple muchacha de campo fuera de que no encaja donde han intentado colocarla: no es una hija sumisa, no es una enamorada fantasiosa, no es una ladrona, no es una prostituta. Egoyan nos entrega un puñado de vacíos que se desvive por decir presente. Sobrevive a la amenaza de la muerte. Lo que queda sigue siendo incierto fuera de la posibilidad abierta.
Su polo negativo, el asesino sobriamente interpretado por Bob Hoskins, está embarcado en la misma empresa, la tarea de ser y ser libre (aunque su vida haya sido una sistemática negación de ello). También sale airoso, aunque por los aires. Su derrotero es un contrapunto sutil y preciso del viaje de Felicia. Eso por logrados momentos en los que felizmente se eluden las explicaciones. En otras ocasiones, a Egoyan lo gana cierto patetismo, ciertos estilemas que uno espera sobre todo en los biopics de asesinos en serie y no en una película que, por algunas de sus premisas, se presume profundamente ética y política.