Comicidad propia del cine mudo de mediados los años veinte para disfrute de aquel público que se aficionaba poco a poco a asistir a las novedosas salas de protección para disfrutar con las desventuras del pobre H. Lloyd.
Los gags se suceden en el contexto de un argumento hilvanado sin mucha sutileza aunque hay que reconocer que en la segunda parte del mediometraje se produce un importante sesgo de mejora que afecta tanto al ritmo como a la trama y al diseño formal de la película.
El aroma ingenuo de los pioneros es un valor que gusta revisar de vez en cuando porque allí se escribieron las primeras páginas de un arte que no tardaría mucho tiempo en alcanzar cotas inimaginables.