Hereditary no es una película de terror convencional, de hecho hasta la última media hora de metraje no ofrece cine de terror per se. Con esto no quiero decir que no asuste, que no te vaya a inquietar en algún momento, ni que no vayas a sentir la necesidad de girar la cabeza y mirar detrás de ti “solo por si acaso”. No, Hereditary da miedo. Pero no es el típico miedo al que estamos acostumbrados y eso es lo que la hace tan especial.

Durante la primera media hora Hereditary es, en esencia, un drama familiar desarrollado en un ambiente asfixiante por una serie de trágicas circunstancias.
A partir de esta media hora, el drama comienza a retorcerse y, despacio, a fuego muy lento, todo se vuelve turbio, perturbador y bizarro, en una violenta escalada sin fin hasta convertirse en pura demencia.
Y es en la última media hora cuando la demencia y la locura se consumen en su propio fuego y aparece el TERROR. Porque Hereditary no es una película terrorífica, es TERROR. Un terror cálido, cercano y palpable. Un terror sumamente elegante dirigido con un pulso tan seguro y confiado que te somete como si sólo fueras una marioneta más.

Pero ante todo, Hereditary es Drama. Es la tragedia de lo inevitable. De aquello que sin ser culpa nuestra, y aún sabiendo que no habríamos podido hacer nada para evitarlo, no es menos trágico.

El mensaje de la película es claro: Somos el producto de una familia que no elegimos, de una historia que no conocemos, y de unas circunstancias que no podemos controlar. Pero la tragedia duele igual.