"Techo y comida" es una película lineal y previsible, de estructura simple, en la que el rotundo mensaje de denuncia social se intenta transmitir únicamente a través de un estilo sobrio y de un progresivo aumento del voltaje de la trama. La protagonista ve cómo va empeorando su situación e intenta sobrellevarla de la manera más digna y normal posible. En su soledad, me viene a la cabeza la imagen de un náufrago en alta mar, aferrado a una balsa que hace agua. Juan Miguel del Castillo carga las tintas mediante una constante acumulación de contrariedades, con lo que el argumento se reduce al intento desesperado de evitar un desenlace inexorable previamente marcado. No obstante, la austera puesta en escena, la lograda y realista composición de ambientes y la monumental interpretación de Natalia de Molina consiguen dotar a este modesto film de la emoción suficiente como para dejar poso. Bueno, todo eso y el logrado plano de una madre y su hijo abrazándose mientras una muchedumbre aborregada clama jubilosa por una banal victoria futbolística. Además de brillante, esa imagen es conmovedora porque supone ir más allá de la fácil condena al sistema o a los bancos como los obvios culpables de la crisis, y traslada un mensaje muy pesimista por parte del director. Así no se puede.