Esta es una película muy singular, tratándose de cine coreano. Durante todo el metraje no pasa nada. Sólo situaciones encadenadas que llaman la atención. Contrasta la tradición rural de Seul con la modernidad,que da paso y se entremezcla con la cultura occidental. Invernaderos degradados y viviendas cochambrosas donde se oyen los discursos de Trump en televisores verdaderas antiguallas, que coexisten con pisos de lujo y coches de alta gama. La táctica narrativa recuerda mucho a la de Blow-Up (Antonioni, 1966), por lo que tiene de búsqueda infructuosa con final incierto. Tampoco el montaje musical jazzístico es ajeno. El único "pero" del film es su excesiva duración. La densidad del relato se resiente. En fin, la "nouvelle vague" es así. Hay que verla sin prisas y regodearse con los personajes y el ambiente.