“La maldición de Chucky” no aporta demasiado a la saga, tampoco al cine y si la vemos un domingo por la tarde incluso no aportará nada a nuestro domingo. Es de aquellas películas cuya pequeña recompensa merece demasiado esfuerzo, un soso esfuerzo donde el escenario único ayuda a dinamizar la película y el festival Chucky tarda demasiado en arrancar, durante la primera hora podríamos estar viendo una película de Chucky, de Amitivill o un documental del Discovery Max. No hay personalidad, no hay conexión, no hay reescritura. El muñeco es ahora menos convincente que aquel antiguo animatronic que tanto nos divirtió y además a Chucky le falta el punto divertido e inocente de las primeras películas de la saga, ahora este Chucky no da miedo, tampoco risa, de nada sirve que un esforzado Brad Dourif repita una y otra vez “Wanna play with me?” porque la conexión con una saga anterior se hace en base al concepto, no a frases sueltas y aunque la película recupera el nervio (y parte del concepto) en las últimas escenas, ya es demasiado tarde y nos pilla en un bostezo de renuncio. ¿Lo mejor? Ese epílogo donde nos encontramos con uno de los elementos originales de la serie que cierra la modesta película de manera brillante. Puede que Chucky sea un muñeco de goma pero merecía mucho más que este imperfecto “remake / secuela”. Recomendable a fans de la saga y del cine de terror cuya exigencia sea la de un gourmet que se alimenta de pizzas congeladas.