Aquí tenemos a Moore muy enamorada y con una vida muy enrollada a la que Zucker le fastidia el idilio; pero no, el amor es tan grande que gracias a que la muerte no significa para Zucker no volver a ver ni a tocar y sentir al ser amado, se transforma en una historia romántica donde las haya, pues se cumple de cabo a rabo la consigna de que el amor es eterno y ni siquiera la muerte puede agotarlo. Todo eso es por supuesto absolutamente falso, tanto como la existencia de fantasmas, desde luego. Pero esto ya lo sabíamos y vemos que obviando esas importantes concepciones, este director se monta una historieta con gancho entre las parejas jóvenes, que al ver esta cinta 20 años después, estén o no divorciadas, se sienten horrorizadas por haber caido en su momento en el mensaje que se les quiso lanzar con ella.