Ahora que tenemos a tres Blancanieves circulando por los cines, algún empresario avispado debería tener el valor de reestrenar los llamados clásicos Disney, desde esta Blanca Nieves de 1937 hasta El Libro de la Selva última película que Walt Disney pudo supervisar, para que todas las generaciones que sólo las han podido ver en formato televisión u ordenador, las disfruten en gran pantalla por tratarse de obras maestras absolutas. Durante años, una colección de críticos cegatos y absurdos se han dedicado a denunciar al cine de Disney como sentimentaloide, acaramelado, cursi... y en su contra, lo tachaban de cruel, desagradable, violento, etc. Ni uno de estos críticos supo ver que por encima de las historias que contaban, estan películas eran obras maestras de la pintura y el dibujo, que cualquier fondo -background- pintado alcanzaba cotas de inconmensurable belleza y que sobre estos fondos soberbios, aparecían personajes y personajillos dotados de una gracia y un ingenio que jamás han sido superados, ni siquiera igualados. Los ratones de Cenicienta, el cocodrilo de Peter Pan, el oso Baloo, Donald, el conejito Tambor, Cruella de Ville... la lista es interminable. Todos ellos viven sus aventuras en selvas increíbles, castillos fastuosos, o en las calles de Londres, Paris o los bosques de Neverland o de Sherwood. En uno de los reestrenos de La Bella Durmiente se utilizó un slogan perfecto: "Solo Walt Disney pudo contarlo así" y es que los chicos de la Disney fueron capaces de contar con gracia infinita unas historias tremebundas como eran casi todas las historias de los cuentistas de antaño. En Blanca Nieves y los siete enanitos está todo lo que he descrito: una historia terrible pero suavizada ya que en el cuento de los hermanos Grimm La reina intenta matar a Blanca Nieves hasta tres veces. Una escenografía digna de un museo de Bellas Artes y unos personajes de los que te enamoras sin remedio: esos siete enanos que recolectan diamantes como si fueran setas... y es que sólo Walt Disney pudo contarlo así.