Desde el comienzo reverencia con una grandilocuente alegoría el mito de una vida mejor, yendo directamente a aspirar a lo más alto y perseguir la tierra prometida, donde los sueños se hacen realidad y el peligro brilla por su ausencia. Somos convertidos por obra y gracia de las mentes calenturientas de Seth Rogen, Evan Goldberg y Jonah Hill entre otros, en dioses de los múltiples artículos de supermercado que, tras la pista de la sublimación del paraíso, tan solo evidencian la ignorancia del que tiende a idealizar (como si nosotros no hiciéramos nada de eso).
La búsqueda de la felicidad de productos cárnicos, salsas y demás alimentos, no sólo viene desde lo divino. Pronto abandona con inteligente ironía el mundo de la fe y se convierte en apóstata. Con ello, hace el camino a la inversa que algunos persiguen en el mundo real y se convierte en el medio para llegar a lo humano. Y en la travesía entre lo uno y lo otro es donde vendrán las divisiones, y no hablo únicamente de los personajes. No tanto por expresar metafóricamente la existencia del alma humana por medio, por ejemplo, de una salchicha y de un bollo para perritos calientes, como por la forma de convertirlo en una banalización orgiástica llena de verborrea e imágenes con contenido para adultos y dobles sentidos.
Es por esa misma falta de sutileza, la de los chistes fáciles en un camino plagado de divertidos obstáculos, la de la sencillez del objetivo que Frank, Brenda y compañia buscan, que hacen de ella una película de animación distinta, original. Y aunque consiga opiniones dispares, en la jocosa trivialidad está su razón de ser y eso es algo que nadie le podrá quitar.