Cuando 007 decidió meterle mano al cine de acción 'made in Hong Kong', el paso lógico a dar por Barbara Broccoli -en su primera película a los mandos de la franquicia- hubiese sido asignar tan golosa tarea a cualquiera de los realizadores adscritos a ese género -y que a finales de los 90 se prodigaban tanto por el cine anglosajón-. Finalmente se optó por contratar los servicios del impersonal Roger Spottiswoode, uno de esos directores para todo que van pasando de un blockbuster a otro sin dejar la más mínima seña de identidad, rayando peligrosamente en lo televisivo.
Las acrobacias y las peleas empleando toda clase de objetos que se hallen a mano corren a cargo de Michelle Yeoh, quien, además de una actriz como la copa de un pino, ya era toda una maestra en el arte oriental de ejecutar este tipo de coreografías, incluyendo su magnífica fuga conjunta esposada al lado de Brosnan desde lo alto de un rascacielos, partiéndole la cara (de papel) a Jonathan Pryce, o huyendo en moto de un helicóptero que trata de despedazarlos con sus hélices por las callejuelas de un pequeño pueblo pesquero. No falta obviamente la habitual cuota de virguerías bondianas, esta vez con un BMW teledirigido ingeniado por Q -el infatigable y eterno Desmond Lewellyn-.
Mientras tanto, Jonathan Pryce se lo debió pasar en grande comportándose como un villano megalómano de tebeo cuyo plan de enfrentar a dos potencias mundiales y su cuartel general subacuático eran sospechosamente parecidos a los de Karl Stromberg (Curd Jürgens) en 'La espía que me amó (1977, Lewis Gilbert). Después de todo, habían pasado ya 35 años desde el primer film, y era imposible no repetirse un poco. Y es que, como suele decirse en los créditos finales, James Bond volverá.