Hay películas que cuesta volver a ver porque les guardas un buen recuerdo y no estás del todo convencido de que el paso del tiempo les haya pasado factura, para mal.
Todo me indicaba que esto podía sucederme con Paris, Texas. La filmografía errática de su autor, la archiconocida música de Ry Cooder, los paisajes polvorientos, las carreteras sin fin, las ciudades en el ocaso del día, el jersey de la Kinski y los silencios de Dean Stanton. Todos esos componentes que en otras ocasiones me han producido ardor de estómago y que recordaba como algo excelente aquí, creía que podían ir en su contra treinta años después. Como se puede apreciar en la nota que mantengo, no ha sido así.
Me he vuelto a encontrar ante la obra magna de su autor, un verdadero placer sensorial. Es emotiva, no sensiblera. Es elegante, no esteticista. Es inteligente, no pedante. Altamente recomendable para todos los públicos.
Dos escenas sobresalen. La sublime narración de la historia de Travis en el peep-show y la sencilla recopilación de escenas proyectadas en súper 8 de su vida en pareja años antes.
Algunas de su imágenes se perpetúan en el recuerdo. Ha valido la pena esperar 30 años para volverla a disfrutar.