Si bien la película presenta símbolos cristianos y religiosos muy vigentes para todo aquel que tenga una sed espiritual, la verdad es que el desarrollo de la historia es muy desigual y que el guion, a fuerza de intentar convencernos de su "iluminación", termina siendo tedioso y, por qué no decirlo, somnoliento.
La visión de Dios, de la Santísima Trinidad, de Jesucristo, resulta enternecedora por lo infantil que es su actualización. Y no más. Al filme se le nota, por ello, su vocación didáctica, como hecha para un retiro espiritual, para un público que va a estar sintonizado con el sinsabor de la existencia que padece Mackenzie (Sam Worthington) y para el tipo de interpretación espiritual que este guion ofrece.
Uno de los símbolos más llamativos es el del renovado Jesús. Gracioso, sonriente, eminentemente "amigo que nunca falla", este Jesús carpintero nos habla de la necesidad de aprender a convivir con nosotros mismos en una dulce amistad con él, pues solo con él se puede caminar sobre las aguas.