Es muy difícil para mí valorar de manera objetiva esta película. Para empezar, me apasiona el Camino de Santiago. Lo hice en octubre de 2012, y años más tarde, publiqué una novela sobre mi experiencia, titulada “Dos peregrinos” (Editorial Círculo Rojo, 2017). Ver esta película fue como ver parte de mi historia llevada al cine, lo cual, inevitablemente, me emocionó mucho. Es lógico; las narraciones acerca del Camino de Santiago suelen ser similares, en cuanto a hablar de personas diferentes que están recorriendo los mismos lugares y a la vez buscándose a sí mismas. Aquí, en lugar de dos, son tres los peregrinos que se lanzan a la aventura, cada uno en una estación diferente del año.

El film es un documental ficcionado, de ritmo muy tranquilo, que quiere mostrar el antes y el después de la japonesa, la brasileña y el holandés que peregrinan hasta Santiago. Desconozco el presupuesto con el que se hizo, pero intuyo que llevó años sacar el proyecto adelante (los protagonistas hablan del cambio de milenio, entiendo que se rodó antes del 2000 y que después se trabajó largo y tendido en el montaje hasta 2004, año del que data y precisamente, Año Jacobeo). Esto lo comento porque toda la cinta tiene un toque muy amateur, algo que a mí, lejos de resultarme cutre, me pareció enternecedor. Y es que, para los que hemos hecho el Camino, esta cinta supone un documento valioso, retratando lugares tan auténticos del viaje como el Bar del Cowboy de El Ganso (León), el convento de San Marcos en León o el albergue de Monte do Gozo, justo antes de llegar a Santiago.

La película también aporta reflexiones y citas muy acertadas sobre el significado del Camino y de la vida. Madoka, la chica japonesa, es para mí, la más interesante del relato (ella, como yo, también escribe). Rob, el peregrino holandés, resulta muy poco expresivo y por eso, su parte es la que menos me sedujo (aun así tiene momentos buenos). En cuanto a Milena, la brasileña, vive el viaje más accidentado, mostrando el lado más duro del Camino pero también el más humano (son muchas las personas que le ayudan en las distintas etapas). De este modo, queda claro que la aventura vale la pena, por muchas trabas que se tengan en ella (tal como en la vida) y que siempre se sale ganando al atreverse a vivir una experiencia de tal calibre, ya solo por el aprendizaje personal y por la gente con la que te cruzas y que seguro que te aporta algo.

Junto con la fantástica “The way” (Emilio Estévez, 2010), muy recomendable para peregrinos y amantes del Camino y de la vida.