"La Caza" es una película antipática. Todo en ella es antipático a conciencia. Los cuatro amigos protagonistas son muy antipáticos y más aun ese paisaje hostil, casi lunar, en el que cazan conejos. Cartuchos de postas y diálogos cortantes como una navaja albaceteña.

Con la exclamación "me duele España" Unamuno se lamentaba por aquella España obtusa que Carlos Saura logra en "La Caza" convertir en imágenes. Un retrato despiadado de una España de fascismo agonizante, donde no había lugar para matices. El blanco y negro de un país seco, abrasado por la luz del fanatismo. Cazador o presa.

El clima de tirantez tanto ideológica como formal se apodera del ritmo de la película. El espectador intuye que la menor vibración romperá aquel frágil equilibrio. Cincuenta años después de su estreno esa tensión sigue intacta. No tanto el desenlace, donde el naturalismo se pierde en favor de un expresionismo teatral exagerado.