Desde su primer plano, en el que vemos a un grupo de policías en su entrenamiento diario, la película nos sumerge en la vida de Marc, el protagonista. Se queda el último del grupo, no aguanta el ritmo de la carrera. Metáfora del peso de la mentira en la que vive y de la que aún no se ha percatado.
Marc tiene un buen presente y un buen futuro: casado y a punto de ser padre, con un buen trabajo… Una vida hecha y derecha, totalmente coherente con la vida que siempre creyó querer tener.
Pero un día se topa con Kay, compañero en un curso de formación. Y todo se desmorona. Porque, de golpe y porrazo, encuentra la vida que realmente siempre quiso tener, aun sin saberlo. A partir de entonces, atravesamos con Marc la confusión, la negación, el miedo, el amor, el tormento…
Estamos ante una casi desconocida joya, una película que mueve y conmueve, una de las mayores historias de amor jamás rodadas. Porque aquí el tema principal no es la homosexualidad sino el amor con mayúsculas. Sin géneros. Porque el amor no los tiene.
Magistrales interpretaciones de todos los actores, principalmente de los dos protagonistas (Hanno Koffler se sale). Disfrutamos cada vez que los dos están juntos en pantalla, lo dicen todo con sus miradas, con sus gestos, con sus silencios, con sus rotos en la voz (recomendable ver la película en versión original). Rara vez se ha visto en pantalla tanta química entre sus protagonistas.
Película desgarrada y rotunda. Maravillosa.