Como todos los mortales me dejé guiar por los grandes nombres del reparto y por el buen antecedente del director. Pasada la primera media hora, y con las primeras imágenes filosófico-metafóricas clavadas en la retina, me empezaba a cuestionar el ritmo del guión y hacia dónde iba la línea argumental de los primeros minutos (lo cierto es que se produce un descuelgue absoluto, como si de pronto empalmasen el metraje con un documental del national geographic).
Minutos después, y ya cansado de las melosas voces en off y de la sucesión de imágenes efectistas que de algún modo buscan sin éxito la complicidad del público, voy temiéndome que el ansiado giro argumental, el gran "golpe sobre la mesa", que termine por elevar la película a los grandes altares del cine, no llegue a producirse.

Mis temores se van confirmando paulatinamente. Las escenas se hacen eternas y el sopor te invade inevitablemente. La aparición esporádica de Sean Penn me da algo de fuerzas para continuar con los ojos abiertos. Pero al poco te das cuenta de que no es el salvador esperado, y de que su actuación en esta obra, se limita a unos pocos minutos en los que dedica muecas de amargura y dolor (¿intestinal?), mientas pasea de un lado a otro, a través de oficinas acristaladas, playas espumosas y grandes rascacielos.
No se sabe como encajar la historia "base" de la antigua familia americana con la del hijo crecidito y enfundado en traje. No hay una línea que seguir en el desarrollo de la historia.

Resumiendo, un adjetivo que bien podría describir la película es: ABURRIDO. Y nada más. Habrá quién se sienta algo engañado al pagar la entrada y esperarse algo que nunca llega, y habrá a quién le guste porque fuma en pipa, lleva monóculo y lee el mito de la caverna.