Su arranque es genial y está magníficamente llevada hasta que ocurre algo en el poblado (ver spoiler). A partir de ese punto, y restando aún 40 minutos de metraje, parece que no sólo el protagonista se descoloca un poco sino que director y guionista también se pierden, no sabiendo muy bien qué hacer con la trama. Una pena, porque la historia es de las que dan mucho juego.

Al final hay algo que choca y, más que lo que ocurre en sí, que, guste más o menos no es mala opción, tiene que ver con lo que dice la voz en off (River Phoenix). La última frase no me acaba de encajar plenamente con las declaraciones anteriores. Y, aunque pueda llegar a entenderse, visto el comportamiento del personaje principal, no me parece el más digno colofón como cierre de historia. El personaje de Ford (excelentemente interpretado, dicho sea de paso) merecía otro tratamiento por parte de su hijo; el paso del tiempo debería haber dado a ese muchacho otra perspectiva acerca del padre y su sueño. No obstante, el plano aéreo de la pequeña barca río abajo me parece sublime, como el resto de la fotografía de la película.

En resumen, un interesante trabajo de Peter Weir que, pese a sus defectos, deja un buen poso, te hace pensar. Muy disfrutable este clásico de los ochenta.