Con asombrosa ética de hacer visible lo que el cine se empeña en llamar tabú, Gillian Robespierre lanza una historia cotidiana de un romance que no empieza ni termina, que es en verdad el vehículo para mostrar desnuda a su protagonista que todo lo que busca es volver a su vida, cuando en verdad nunca ha salido de ella.

Así, presenta un Nueva York alejado de princesas de peluquería con bolsos que cuestan el sueldo de un año de becario, y nos muestra como fotografías de un carrete recién revelado que la realidad no es un escenario de Hollywood. La protagonista deambula entre vidas reconocibles, subsiste con su trabajo mal pagado, aguanta las facturas de haber estudiado, se codea con cervezas y amigos y comete errores que asume como suyos.

Normaliza, en resumen, la realidad. Ni se esconde en un falso dilema, ni plantea ficticios escenarios donde el happy ending es la última redención del héroe, ni se reserva la eterna moraleja de biblia en la mesilla junto al vaso de agua. Simplemente muestra un trozo de realidad, una historia común disfrazada con principio y final para poder contar una película, pero al fin y al cabo, no se inventa nada.

En la sección spoiler incluyo unas notas que valoran aspectos de la película que desvelan la trama.