En principio, la cosa prometía un descojone importante: peli de ciencia ficción filipina, con acción y robots, y con Ramón Bong Revilla Jr. y Dingdón Dantés como cabezas de reparto. Ni idea de quienes eran, pero por los nombres ya me diras tú que cabe esperar.

Resulta que la Tierra es invadida por unos extraterrestres que se parecen al depredator pero en versión cutre, y los humanos más valientes les plantan cara ocultos en subterráneos (no es copia de Terminator, no, que va), mientras otros aprovechan la coyuntura para ayudar al invasor, aunque no se sepa el porqué pero acabe por no importar.

El caso es que el chico de la peli, un tipo orondo y fondón que representa que es la ostia repartiendo leches, construye máquinas transformadas con las que dar a los poderosos marcianos pal pelo. Obvío de que peli sacaron eso, por evidente. Los malos, por su parte, tunean coches en máquinas de guerra, que resultan ser como los carros de Mad Max, pero hechos por un yonquie en pleno subidón y con cuatro cartones.

Podrá parecer graciosa si cuento que uno de los malos lleva una mano biónica que se ve una hora lejos que es un guante, que pese a vivir bajo tierra tengan puertas que dan directamente a la calle, que un grupo de los buenos luche yendo en bici y monopatín como los bicivoladores, y vistan como los Power Rangers versión Ruiz de la Prada alcoholizada, que los malos con alas sean idénticos a las moscas verdes que se zampan las cacas, o que pese a sufrir escaseces todos vayan limpitos, repeinados y planchados como para ir de boda (y esto es sorprendentemente extensible a todo: cualquier cosa que enfoquen luce limpísima, desde los escasos cascotes que muestran para insinuar ruinas, hasta... ¡el gallinero!). Pero no señor, no hace puñetera gracia, que va dando cada vez un poco más de mala leche.

Las interpretaciones son horrorosas, mencionando especialmente a la chica que hace de ciega, los decorados, el vestuario, y el resto de cuestiones artísticas cabalgan entre lo ridículo y lo grotesco, y en las coreografías de lucha sólo falta Fernando Chinarro corriendo alrededor de una mesa. La inmensa amalgama de películas, no homenajeadas sino directamente humilladas, es extensa y mucho: desde las ya citadas a Star Wars, Galáctica, Los Goonies, Matrix, e incluso algún que otro detalle sacado de las pelis de John Woo, o los esperpénticos tiempos-bala de Uwe Böll, entre varios despropósitos más.

Se hace larguísima, la vergüenza que genera al comienzo se transforma rápidamente en patetismo, y hasta consiguió que me entrasen ganas de arrancarme los ojos, por no tener que soportar su mirada de reprobación desde el espejo del baño, cuando más tarde fuese a enjuagarme la boca para sacarme el mal sabor del truño que me acababa de tragar.

Ni para amantes de lo friki que sirve esta castaña. Avisados quedan.