En 2009, un desconocido director sudafricano sacudió la amodorrada conciencia de los sufridos aficionados a la ci-fi cinematográfica con una película sencilla pero muy lograda, Distrito 9. Todos nos enamoramos inmediatamente de aquel prometedor novato y esperábamos su siguiente creación con un entusiasmo que se convirtió en tremenda decepción cuando pudimos catar aquella Elysium tan floja y previsible. Tal fue el cacharrazo que después de otro tiro en el pie (Chappie) Neill Blomkamp casi desaparece del panorama y tardó casi una década en volver a dirigir una peli que no vio ni él.

Y como la historia es cíclica y los sufridos aficionados al género tenemos un fe a prueba de bombas, la catástrofe volvió a repetirse, esta vez con un británico. Gareth Edwards se ganó nuestro cariño con tres películas, que aún con defectos, revelaban a un director que, esta vez sí, venía a renovar el género.

Y con una campaña de publicidad que nos prometía "la mejor película de ci-fi de los últimos años" y todas nuestras ilusiones y esperanzas depositadas en él, por fin llegó The Creator.

Y se pegó una hostia épica, en parte por los problemas del cine actual, en parte porque la peli es visualmente muy potente pero tiene un guion horroroso.

Es difícil entender como un libreto tan malo, repleto de incoherencias y absurdidades, llegó a pasar el filtro que debería tener un estudio de cine. El hecho de que lo escribiese el propio Edwards puede ser la única excusa.

Hablamos de un guion en el que los robots comen helado, se calientan las manos en el fuego o se ponen a dormir en plena batalla. Por no mencionar que tienen un botón en la nuca para apagarlos. En el que pasan cosas tan absurdas cada cinco minutos que te sacan de la película, con situaciones sin sentido, agujeros argumentales como la fosa de las Marianas.

El problema no es que The Creator sea una obra fallida, que lo es. El problema es que es el martillazo final en el ataúd de la ciencia-ficción en el cine, lo que sí es muy muy grave.