Dejando a un lado el buen trabajo narrativo de la serie a nivel audiovisual, yo diría que su punto fuerte es el aporte de un Ignatius que, por una vez, es más Juan Ignacio que Ignatius. Es cierto que los capítulos se basan mucho en anécdotas aisladas y casi inconexas que, si bien no definen una evolución sólida del personaje, al menos se sienten entrañables y genuinas.

Pero ese mismo peso autobiógrafico supone también una barrera de entrada a quien no conozca ya no sólo la trayectoria profesional de Ignatius, sino el panorama atístico nacional español de España. Vamos, que por un lado no hay un hilo conductor que te explique por qué un señor pasó de pegar gritos en los bares a ser una cabeza visible de un programa de radio de prestigio. Y por otro lado está el tema de que, a partir de la segunda temporada, cada escena parezca una excusa para invitar a un colega del gremio a hacer su autoparodia. Y se nota que son muchos colegas que invitar.