Que no engañe el tono intimista de "Libertad". A diferencias de otras con esa característica, "Libertad" sí requiere de ese intimismo, por la psicología del personaje interpretado por María Morera. Durante todo el metraje habitamos en su interior, en sus percepciones, en su tránsito, no únicamente en el de la niñez a la edad adulta sino en el de la propia comprensión del mundo que va adquiriendo y que vemos mediante sus ojos, grandes, curiosos, expresivos, llenos de temor y esperanza.

Pero también sería un error hablar de que Roque solo nos habla del paso de la niñez a la adolescencia (de la dichosa pérdida de la inocencia). La película de Roquet es tan redonda, que también nos habla de las jerarquías de las clases sociales, quizás de una manera más brillante que "Roma" (Alfonso Cuarón, 2018), pues mediante la protagonista sabemos empatizar más con el sentimiento de culpa de unos ojos externos que ven la situación claramente (los de Morera) -un cierto aprovechamiento en el trato del que tiene dinero hacia el que no lo tiene, el sentimiento de que se pueden comprar a las personas, la falta de empatía. Pero también nos habla de la muerte, en este caso de la emoción que provoca la proximidad a esta (el Alzheimer en el personaje de la abuela).

Pero sobre todo, la película habla de lo que supone la libertad o la falta de ella. De que, a menudo, el precio que hay que pagar por ella es mayor que el de la comodidad de no hacerlo. ¿Quién sale perdiendo? ¿La persona que tiene la libertad o la que no la tiene? Hay que ver la película para descubrirlo y, seguramente, en dependencia del momento vital en el que la veas, tu reflexión cambie o se transforme. De ahí la inteligencia de este film.