"Las misteriosas exploraciones geográficas de Jasper Morello" es un ejemplo perfecto de cómo las influencias pueden servir no sólo para rendir un tributo sino para avanzar a nivel creativo, tanto interiormente como en lo que respecta al estilo visual. La sobresaliente "Las aventuras del príncipe Achmed" de Lotte Reiniger (1926) está totalmente presente en el trabajo de Anthony Lucas, una maravilla en la que durante 28 minutos se fusiona no sólo un magistral espectáculo de sombras chinescas sino además avanzadas técnicas de animación digital, que confieren vida propia a cada secuencia independiente del mediometraje nominado al Oscar en 2005, una suerte de fantasía steampunk que recurre a la fantasía y la aventura de Julio Verne en el fondo para salpicar, en las formas, con ciertos detalles del más grande poema de Edgar Allan Poe.

Tres personajes principales perfectamente definidos, todos ellos diferentes pero con la misma meta, se entrecruzan en menos de media hora. A los dos minutos de metraje ya estamos introducidos en la trama: en una ciudad, un vírus letal está acabando con toda la población. Un grupo de aventureros decide ir a un lugar lejano para conseguir una cura para su gente; no falta nada, no sobra nada. Un alocado doctor, un temeroso capitán y el protagonista, Jasper Morello, un joven con un pasado que le sigue perturbando, son las marionetas, las sombras de una ficción en la que nada puede salir bien, en la que plano a plano se va anticipando que los ecos del pasado, uno terrible y doloroso, volverán a hacer acto de presencia en el momento menos pensado.

Anthony Lucas consigue con "The Mysterious Geographic Explorations of Jasper Morello" un trabajo fantástico, bien contado y que a nivel visual es sobresaliente, con un final además realmente bello, por contundente y por su significado. Una aventura hasta sus últimas consecuencias que tiene un único -y gran fallo-: es tan intenso que sabe a poco. Es uno de esos proyectos que pedían a gritos ser un largometraje, explicar un poco más ciertos aspectos, dejar al espectador flotar más tiempo por este magnífico microcosmos futurista. Pero qué duda cabe: merece la pena cada segundo del mismo, una pequeña joyita artesanal que además da un puñetazo sobre la mesa para aclarar que no todo debe ser animación digital ni debe ceñirse a las fórmulas comerciales.