No es "La joven del agua" una película fácil, ni para el espectador ni para nadie que no sea el propio M. Night Shyamalan. El realizador de algunas de las mejores obras de suspense de los últimos quince años (El sexto sentido, El bosque y en menor medida El protegido), se encuentra a día de hoy entre la espada y la pared: su lado "auteur" no ha dado resultados en taquilla y parece que pronto será engullido por su lado "comercial". Próximamente podremos comprobar hacia dónde se inclina la balanza en su próximo largometraje, "The Last Airbender", pero hasta entonces sólo podemos analizar hasta qué punto su trabajo de 2006 fue importante para entender su situación actual.

Shyamalan puede ser tachado de egocéntrico, pues además de dirigir y escribir el guión, interpreta a un personaje clave para la historia. Sinceramente, revisando la película (en spoiler dejo mi crítica original, publicada el 9 de agosto de 2006) a día de hoy creo que es el trabajo en el que verdaderamente se ha desnudado de cara al espectador. Lejos de divismos, de golpes de efecto. Ha hecho no su mejor film (tampoco el peor) pero si su obra más personal, la que escapa de las convenciones para instalarse en ese pequeño lugar en el que se amontonan las almas grabadas a fuego en el celuloide.

Da igual que la historia esté repleta de agujeros, sólo hay que aceptar el juego como lo que es: una fábula sencilla, que apela a la fantasía clásica sin llegar a profundizar en ella. Como cuento, como alegoría de una situación concreta, funciona. Podemos encontrar en el personaje de Paul Giamatti una candidez inusual, un poco de nosotros mismos. Incluso podremos conectar con Story en ciertos momentos, comprender esa timidez. Y cuando además tenemos grandiosos personajes secundarios (como el crítico), el mayor problema de "Lady in the Water" sería tomársela en serio desde un punto de vista formal.

Decía Shyamalan, no sé si antes o después de estrenar "La joven del agua", que rodó esta película para sus niñas. Considerando que inicia con un cuento y que termina como una fábula, como un sueño, a mí me sirve esta explicación. Todo esto al margen de los numerosos agujeros en el guión y lo reiterativo de algunas situaciones, algo que se compensa -con creces- con su belleza plástica, un sobresaliente trabajo de animación digital (las criaturas hechas por ordenador se ven fantásticas a día de hoy) y una más que notable labor de fotografía de Chrystopher Doyle.

Una fantasía que no hace daño, surgida del alma, sin pensar en las consecuencias ni en el qué dirán, simplemente apelando a uno de los aspectos clave para un realizador: sentirse cómodo con lo que se está contando, sin que las opiniones ajenas afecten a tu trabajo. Imperfecta y bella, aunque queda lejos de lo mejor que ha entregado Shyamalan.