A priori nada puede fallar en una historia de brutales asesinatos ambientada en ese lúgubre y sucio Londres de finales del siglo XIX. Y digo a priori porque al poco de empezar vemos que el engranaje funciona a la perfección.
La película tiene los elementos necesarios para construir el misterio principal y es capaz de montar la trama con un asesinato inicial que precipita el argumento. Lo precipita tanto que parece tener prisa pos avanzar, y lo que consigue con esto es presentar a muchos personajes en poco tiempo.

Con esta presentación tan rápida y esas localizaciones sin apenas luz, la película empieza a desarrollar su idea, basada en dos historias paralelas pero entrelazadas que mantienen el interés. Los personajes están poco desarrollados, y quitando a Cooke, algo esencial para el argumento, los personajes masculinos son importantes con su presente, pero su pasado parece importar poco.

Nighy interpreta a un de esos personajes, ese investigador de pasado incierto que no termina de desvelarse. Con un trabajo sobrio, no es ese sabueso con personalidad arrolladora que encuentra pistas donde nadie las ve, sino que se deja llevar por la trama hasta que todo se resuelva. Solo la atractiva presencia de Cooke y Valverde eleva el tono del reparto, eso sí, sin alardes.

“Los misteriosos asesinatos de Limehouse” tenía una buena historia entre manos, pero el guion no encuentra el ritmo necesario ni el desarrollo de personajes para hacer aún más atractiva la trama. Todo por un final que cierre el círculo abierto incluyendo un giro final, incluso dos si me apuran, adecuados pero bastante obvios, que no evitarán que la película desaparezca en nuestra memoria muy pronto.