Si la desmesura es el mejor adjetivo que puede definir el Palacio de Versalles, otro tanto cabe aparejar a este filme de Guitry, un arriesgado empeño por condensar acontecimientos y personajes históricos franceses de los últimos tres siglos, coincidiendo con la existencia del palacio.

Sacha Guitry, actor, dramaturgo (su principal ocupación), polemista y realizador cinematográfico, puso en esta obra todas sus cualidades y defectos; entre las primeras, un guión excelente, lleno de diálogos soberbios, elegantes e incisivos, fiel reflejo de su condición intelectual, y un gran sentido del espectáculo, que logra captar la grandeza y majestad de lo narrado "encerrándolo" en un espacio igualmente majestuoso. En cuanto a los defectos, la irregularidad, pues el carácter episódico de la película predispone a tales altibajos, y sobre todo una realización que responde más a los usos teatrales que a los cinematográficos; así, la composición de los planos, marcada por la rigidez y la disposición forzada de los actores, unida a la concepción escenográfica de las secuencias, hace que el filme sea formalmente aburrido o inadecuado.

Dividida en dos partes, centrándose la primera en Luis XIV (muy bien interpretado -de viejo- por el propio Guitry, que hace además de narrador) y la segunda en los reinados de sus sucesores hasta la Revolución (el epílogo final, muy breve, llega hasta bien entrado el siglo XX), la película reúne a los grandes reyes, políticos, damas, pensadores y artistas de la historia francesa; aunque sus actos y personalidades se dibujan con grandes dosis de ironía y mordacidad (lo que hace que en ocasiones la narración adopte aspecto de farsa), Guitry no oculta una sincera admiración hacia muchos de ellos, o al menos hacia las realizaciones y acontecimientos de las épocas en que vivieron.

Con un reparto estelar, seguramente el más nutrido y espectacular del cine francés de todos los tiempos, unos decorados naturales inigualables (Versalles y sus jardines), y un vestuario y música brillantes, este filme de largo metraje (quizá excesivo) merece un visionado, aunque sólo sea por disfrutar de su excelente guión, buen reflejo de la personalidad de su autor.