Los Ealing Studios siempre estuvieron enfocados hacia la distinción, la cultura y la tradición, a menudo mezclado con un subtexto oscuro (incluso, o especialmente, en las comedias por las que son más famosos en la actualidad), que se muestra quizás en su forma más mordaz en esta “Pink String and Sealing Wax” (1945), el debut como director de Robert Hamer -quien más tarde dirigiría la maravillosa comedia negra “Ocho sentencias de muerte (Kind Hearts and Coronets, 1949)-, en la obra que nos ocupa estamos ante un drama sobre la vida en el Brighton victoriano tardío donde los deseos sociales se mezclan con la bebida y el libertinaje y dan como resultado un retrato social inesperadamente impactante para la época.
Spoiler:
El título se refiere a los materiales utilizados en la época victoriana para sellar medicamentos y garantizar que no estén adulterados. La película comienza en la tienda del farmacéutico Edward Sutton (Mervyn Johns), quien controla despoticamente a su familia, negándose a permitir que su hija siga una carrera como cantante de ópera e interfiere además en el romance de su hijo (Gordon Jackson), estas historias se extienden en espiral y se cruzan a su vez con las tramas del resto de personajes, como -por ejemplo- la del hijo, un joven cándido e inocente que buscando ahogar sus penas, se escapa a una taberna, enamorándose de la esposa adúltera (Googie Withers) del tabernero, esto le lleva a su participación involuntaria en un plan para asesinar al marido de ésta. Hamer teje su melodrama entre dos mundos paralelos en el Brighton victoriano: una casa sofocante de clase media dominada por el intimidante patriarca, y una sórdida taberna habitada por una inenarrable fauna humana y coronada por los magníficos pechos de la Withers. Escenas brillantes alrededor de la opresiva mesa burguesa en el hogar de la familia en contraposición a los episodios pendencieros en el bar, el sadismo represivo del patriarca de moral impoluta frente a la amoralidad destructiva del personaje de Withers y su entorno arrabalero.