En una clara referencia al Juez Holden de Meridiano de Sangre, las protagonistas deciden raparse el pelo antes de embarcarse un viaje de violencia y venganza contra la humanidad. Una de ellas ha sido herida de muerte y ya nunca más podrán alzar el vuelo, tomarse los vermús un martes a las seis de la tarde, no más noches de chicas, no más poner a parir a hembras de un grupo rival, no más cocaína en el baño de la ofi mientras el jefe alivia la sed de amor provocada por un marido ausente (jiji). Los crímenes cometidos por la horda son numerosos y de gran severidad. Pesan en mi alma las imágenes observadas y por tanto no describiré en mayor detalle los citados delitos, sepan solo, mis estimados lectores, que, a lo largo de los primeros cinco episodios, no hay código moral en la historia que se haya respetado.

Ya en el sexto episodio, la razón por la que servidor aguantó hasta el final de esta invocación de la funcionaria premenopáusica promedio* es revelada, y no es otra que conocer cual de las susodichas padecía de la enfermedad. No mentiré a mis lectores, mi motivación era principalmente monetaria, ya que quedaba pendiente una apuesta que ascendía a la nada desdeñable suma de cinco -leuros-. Pese a unas consideraciones previas, me decanté por la lesbiana youtuber para finalmente descubrir que la afectada era, tristemente, la alcohólica. No solo eso, sino que además, la batalla ante la fatalidad no estaba perdida, tal como todo parecía indicar, ya que ni siquiera había comenzado. Por lo tanto, todos los crímenes cometidos, todas las ofensas y ataques a la integridad moral humana, habían sido no por el dolor y el miedo ante el abismo, sino por el placer mismo de cometerlos. En este punto, queridos amigos, sentí la desolación más absoluta de estar ante la maldad pura, había presenciado un brindis a Slaneesh y sentía frio en el alma y en el bolsillo.

*Aproximación a la mediana edad provoca sentimientos de fatalidad, tiempo perdido y nostalgia de la era del terraceo y el discopub. Bien documentado por Dylan Thomas et al en su obra -Do not go gentle into that good night- en la que una sexagenaria fallece en el almacén del discopub ciclón tras intentar perpetuar la ilusión de libertad que, por algún motivo, poseen los alcohólicos come ansiolíticos y portadores de múltiples ETS.