Uno de esos casos raros en los que vas al cine por ir, pero con educación y decisión siempre, y te encuentras con una película que te va metiendo en el bolsillo aún lejos de ser perfecta. El género de drama le viene como un guante, a término medio entre la intriga de su trama y los toques acertados de comedia a cargo del gran Eduardo Blanco. El romanticismo lo aporta Flor Torrente ya sólo con la mirada.

Al principio esa mezcla choca, luego te das cuenta de que es o que la hace especial en cierto modo. Es un gran flashback, de esos que embaucan tanto que te olvidas de que es un flashback, que culmina al final con una lectura de carta póstuma que sorprende y emociona. Es una película de diálogos, anécdotas, miradas y sospechas. No un thriller trepidante. Pero siempre entretiene y se hace ameno. Jamás aborrece ni aburre. Y anda que será por las cosas que podrían haber salido mal.

Hay cosas que tienes que creerte, sobre todo por esa mezcla de tragedia y comedia que la mantiene tan sujeta a la seriedad como al borde la parodia (el momento de entrar al piso donde supuestamente había una peluquería). Y no es una película que escape de los tópicos. Pero sí que es una película que los reúne todos y los hace funcionar. Otra genuina sorpresa del cine español. Lástima que más que en la gran pantalla -como yo-, vaya a ser disfrutada por casualidad en televisión.