Esto es como los juegos de mesa, que llevan siempre la marca con el margen de edades en las que se puede jugar. El club de los poetas muertos tendría una franja de edades entre trece y noventa y nueve años. Claro, que como todo, esto también permite una licencia de amplitud de rango. Vamos, que el límite de noventa y nueve años es una forma de decir que hasta que te venga en gana. O seas capaz. El otro límite, el de los trece ya estaría más ajustado. Sin querer pretender que no haya nadie que con esa edad o incluso menos, quizá no se tenga la suficiente cabecica como para comprender toda la amplitud de detalles que nos muestra la historia. Aunque claro, tener una edad mayor a esa no garantiza que se llegue a entender. Ni esta ni cualquier otra.

Es maravilloso como con un punto de partida tan sencillo, al menos en apariencia, como el que tiene El club de los poetas muertos, se pueda llegar a hacer una película tan maravillosa, tan cargada de matices, de detalles, tan llena de fuerza, tan, tan… cojonuda.

Williams borda su papel. Ese papel que ya no soltará en el resto de su carrera como benefactor y maestro de otros. Como aquel que encauza las vidas de otros. Ese que en esta película es tan bueno y que después muchas otras veces se hace cargante hasta decir basta.

La hueste de jovenzanos cumple. Hacen lo que pueden con unos personajes ricos en detalles que parece que les sobrepasa, pero que con buena predisposición hacen que al final el resultado sea muy bueno.

Weir, ese hombre que se dedica a hacer películas de vez en cuando, nos vuelve a ofrecer una maravilla sobre una panda de adolescentes deseosos de conocer mundo. Muy grande.