Imaginemos poder escudriñar en nuestro pasado a base de retazos de recuerdos guardados en lo más fondo de nuestra mente. Así ha logrado Jonah Hill acercarnos esas sensaciones de antaño sin complejos ejemplificantes ni verdades absolutas. Era una época, unas sensaciones, unas actitudes y unos vicios y gustos que marcaron y marcan a toda una generación que empatiza en cada fotograma con las vicisitudes de su protagonista. Respira como en nuestros recuerdos, piensa como en su época, actúa como lo haríamos, todo sin necesidad de artificios grandilocuentes de giros dramáticos y dándole ese tono y color a cada secuencia que mezcla nostalgia y realismo. La trama se instaura en esa mezcla de intentar hacer sentir y encuadrar los sentimientos sin desbordar la fantasía. Las interpretaciones transpiran intensidad contenida en un claro ejemplo de transmitir naturalidad. Los guiños a los giros de guion beben de la universalidad, de la generosidad de unos personajes que mezclan profundidad y nostalgia, elevando la efervescencia sentimental del espectador. El encuadre, la banda sonora y hasta las secuencias siempre van de la mano de toda esta intención de sumergirnos... en los 90...