Hay que ver esto como un símbolo, que era la intención de Melville en Moby Dick, mucho más que una aventura de balleneros. Símbolo del mal o de la ambición humana o de la venganza de la Naturaleza sobre el orgullo humano.
La película, en lo profundo, a eso se refiere, y es a la vez una gran producción, con escenas apasionantes, dinámicas, trágicas. Y los intérpretes están a la altura de la tragedia.
Los planos que se suceden, cuando ataca el cachalote, son espléndidos, acompañados de una gran música.
Otra cosa: no puede verse con la sensibilidad ecologista de hoy, porque entonces nos pondríamos del lado de las ballenas, esos inocentes animales que no hacen daño a nadie y que durante siglos han sido objeto de una vergonzosa persecución (y en cierta medida lo siguen siendo).
Por otro lado, no se puede dejar de admirar el valor de esos marinos, los peligros que afrontan, las tensiones...
Es todo menos una película trivial. Pienso que la nota media que aquí recibe no es justa. No se trata de hablar de qué ha hecho y qué hace Ron Howard, sino de verla prescindiendo de todo, por ella misma.
En definitiva, deja un sabor ácido y bronco, pero nunca superficial.