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Quim Casals rating:
8
6.2
341
Drama
Morality has two sides-absolute and relative. The Pineda family operates a run-down movie house in a city in the province which shows dated sexy double-feature films. The family has taken up actual residence in the old building as well. The matriarch Nanay Flor, her daughter Nayda, son-in-law Lando and adopted daughter Jewel take turns manning the ticket booth and the canteen. Her nephews Alan and Ronald are the billboard painter and ... [+]
Language of the review:
- es
November 9, 2010
10 of 10 users found this review helpful
Me alegra que haya sido ésta mi primera aproximación al cine filipino, dada la gratísima impresión que me ha causado. Ignorando, pues, el grado de representatividad del film y del director en el contexto de su industria, la considero una propuesta sumamente interesante.
Lo primero que sorprende —ya que solemos asociar el cine asiático con la censura en la mostración de lo que eufemísticamente se denomina "vello púbico"— es la explicitud genital, incluyendo masturbaciones, felaciones, etc. Unas escenas que, sin embargo, no son ninguna concesión a la galería ni transmiten una sensación erotizante, ya que están mostradas y se inscriben en un clima de sordidez que impregna absolutamente el metraje.
Casi todo el film transcurre en el interior de un destartalado y maloliente cine, residencia de una numerosa familia que trata de sobrevivir como puede, donde proyectan películas pornográficas al tiempo que sirve de prostíbulo. Digo film, y no historia, porqué ésta ya se inició mucho antes de empezar la película y continuará mucho después que finalice. Asistimos, por tanto, a un fragmento de vida corriente, una dramaturgia que no se apoya en ningún hecho excepcional para esas almas, sino que muestra unos días que son como los que ya fueron y nada, o muy poco, hace presagiar que sean distintos de los que vendrán.
Y, sin embargo, no hay abnegada resignación al pesimismo, tal como parecen dar a entender simbólicamente detalles como cuidar de una rosa, limpiar los baños atascados o intentar repintar de blanco una pared llena de grafitis. De manera análoga, cuando en una de las pocas salidas al exterior la cámara muestra una multitud en procesión con velas rezando el Ave María, el director también parece querer extrapolar ese deseo de esperanza a todo su pueblo.
Conviene destacar la absolutamente natural interpretación de los actores, ante la verdad de la cual uno duda incluso si se trata de profesionales, y la sencilla y funcional puesta en escena de Brillante Mendoza, sin efectismos ni aspavientos, transmitiendo a su vez con gran fuerza esa total sensación de verismo.
Lo primero que sorprende —ya que solemos asociar el cine asiático con la censura en la mostración de lo que eufemísticamente se denomina "vello púbico"— es la explicitud genital, incluyendo masturbaciones, felaciones, etc. Unas escenas que, sin embargo, no son ninguna concesión a la galería ni transmiten una sensación erotizante, ya que están mostradas y se inscriben en un clima de sordidez que impregna absolutamente el metraje.
Casi todo el film transcurre en el interior de un destartalado y maloliente cine, residencia de una numerosa familia que trata de sobrevivir como puede, donde proyectan películas pornográficas al tiempo que sirve de prostíbulo. Digo film, y no historia, porqué ésta ya se inició mucho antes de empezar la película y continuará mucho después que finalice. Asistimos, por tanto, a un fragmento de vida corriente, una dramaturgia que no se apoya en ningún hecho excepcional para esas almas, sino que muestra unos días que son como los que ya fueron y nada, o muy poco, hace presagiar que sean distintos de los que vendrán.
Y, sin embargo, no hay abnegada resignación al pesimismo, tal como parecen dar a entender simbólicamente detalles como cuidar de una rosa, limpiar los baños atascados o intentar repintar de blanco una pared llena de grafitis. De manera análoga, cuando en una de las pocas salidas al exterior la cámara muestra una multitud en procesión con velas rezando el Ave María, el director también parece querer extrapolar ese deseo de esperanza a todo su pueblo.
Conviene destacar la absolutamente natural interpretación de los actores, ante la verdad de la cual uno duda incluso si se trata de profesionales, y la sencilla y funcional puesta en escena de Brillante Mendoza, sin efectismos ni aspavientos, transmitiendo a su vez con gran fuerza esa total sensación de verismo.
SPOILER ALERT: The rest of this review may contain important storyline details.
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Spoiler:
Varios aspectos a destacar:
- La escena de abertura, con una chica joven de la familia acicalándose desnuda ante un espejo, y la cámara recorriendo la belleza de su cuerpo, tiene más tarde su reflejo cuando la matriarca se baña y también se pinta los labios ante un espejo: escenas-espejo que se miran y nos hablan de un mismo ciclo o bucle sin salida.
- Acorde con esa exposición neorrealista, toda la película está rodada con sonido directo, recogiendo de fondo también los incesantes ruidos exteriores del tráfico y los transeúntes. Tan sólo una vez se detiene ese ruido ambiental, cuando la matriarca dice, significativamente: "Muchas cosas tienen que cambiar en este cine". Se produce entonces un silencio absoluto al colocarse ella detrás de la taquilla, y sólo en ese instante aparece una suave música de piano mientras la cámara nos va mostrando a los distintos personajes en callada actitud de recogimiento. Extraordinario momento de reflexión.
- Es en los títulos de crédito iniciales y finales donde el director sí establece un discurso meta-cinematográfico: en los iniciales, oímos el sonido característico de un proyector, y los nombres en letra blanca de los actores se proyectan sobre un fondo negro lleno de ralladuras (como la imagen del "Grindhouse" de Tarantino y Rodriguez). Los créditos finales, por su parte, aparecen después de un típico diálogo de negociación de prostitución masculina, diálogo que se interrumpe abruptamente cuando la pantalla (en un recurso similar al de "Persona", de Bergman) se incendia y se rasga.
- La escena de abertura, con una chica joven de la familia acicalándose desnuda ante un espejo, y la cámara recorriendo la belleza de su cuerpo, tiene más tarde su reflejo cuando la matriarca se baña y también se pinta los labios ante un espejo: escenas-espejo que se miran y nos hablan de un mismo ciclo o bucle sin salida.
- Acorde con esa exposición neorrealista, toda la película está rodada con sonido directo, recogiendo de fondo también los incesantes ruidos exteriores del tráfico y los transeúntes. Tan sólo una vez se detiene ese ruido ambiental, cuando la matriarca dice, significativamente: "Muchas cosas tienen que cambiar en este cine". Se produce entonces un silencio absoluto al colocarse ella detrás de la taquilla, y sólo en ese instante aparece una suave música de piano mientras la cámara nos va mostrando a los distintos personajes en callada actitud de recogimiento. Extraordinario momento de reflexión.
- Es en los títulos de crédito iniciales y finales donde el director sí establece un discurso meta-cinematográfico: en los iniciales, oímos el sonido característico de un proyector, y los nombres en letra blanca de los actores se proyectan sobre un fondo negro lleno de ralladuras (como la imagen del "Grindhouse" de Tarantino y Rodriguez). Los créditos finales, por su parte, aparecen después de un típico diálogo de negociación de prostitución masculina, diálogo que se interrumpe abruptamente cuando la pantalla (en un recurso similar al de "Persona", de Bergman) se incendia y se rasga.